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De cómo la prensa creyó que la Tierra era cuadrada

Cuentan que en la redacción de uno de los principales medios de España, un redactor jefe agobiado por el cierre dijo: “Que ganas tengo de que pase la moda esta de internet”. No hablo de hace 10 años. Hará tres o cuatro. La cita resume bien por qué los periódicos están donde están, más allá de crisis económicas y cambios de modelo. No supimos ver lo que la red supondría para nuestro oficio. Llegamos tarde a cada nueva etapa, más concentrados en preservar el pasado que en afrontar el futuro. Tan acostumbrados estábamos a decirle a los demás cómo debían hacer las cosas, fueran políticos, deportistas o actrices, que perdimos la capacidad de mirar mucho más cerca. A nuestro producto. A nuestras redacciones. A nuestras debilidades. Nos decían que la Tierra era redonda y durante demasiado tiempo nos empeñamos en que era cuadrada. Sigue leyendo

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Cinco pistas de que tu medio de comunicación te considera idiota

Su director se declara virgen

Conocerán el curioso caso del director de periódico que grita en las tertulias lo independiente que es su medio, sin que le sorprenda que todo lo que publica coincida con la opinión de un mismo partido político. Siempre. Sobre cualquier cosa. Ya escribimos en este blog que la independencia, en periodismo, tiene al menos una cosa en común con la virginidad: una vez perdida, no hay manera de recuperarla. Pero los hay que tras una carrera llena de promiscuidad y affaires, prostituidos todos sus principios periodísticos y recogidas las debidas prebendas, siguen presentándose como los más castos. Sin duda, creen que sus lectores son idiotas.

Se presenta como el cuarto poder

¿Cuántos periódicos, telediarios o radios dieron prioridad a la información de que la familia Botín tenía 2.000 millones de euros en Suiza y recibió trato de favor para regularizar su situación? Sí, hablamos del mismo fisco que a usted le exprime como un noruego a cambio de darle servicios griegos. La noticia fue debidamente arrinconada, a pesar de ser protagonizada por el primer banquero del país. Si no les gusta el ejemplo, tengo otros, que diría Groucho Marx. El verdadero cuarto poder, cuando no el primero, es una oligarquía económica que hace y deshace a su antojo, protegida por unos políticos que esperan formar parte de ella cuando abandonan sus cargos y una prensa que, salvando excepciones puntuales, carece de la tradición democrática o el coraje para denunciar sus desmanes.

Copia a la competencia

Solía ocurrir que el periódico no desvelaba su contenido hasta que llegaba a los quioscos por la mañana, lo que hacía difícil que la competencia pudiera piratear su contenido. Los tiempos han cambiado y con Internet los medios tienen al alcance la posibilidad de saber lo que hace el otro al instante, ventaja que la mayoría aprovechan para copiarse. El resultado es más información que nunca, menos original. Tanto plagio informativo funciona estupendamente, hasta que la noticia reproducida resulta ser falsa y, ¡ups!, se desvela que la fuente fue un clic de ordenador. Especial mención merecen algunos diarios digitales que llevan años sin publicar una información propia y se presentan como el nuevo periodismo. La mala noticia es que quizá lo sean.

Ofrece periodismo de bajo coste y dice que es caviar informativo

Llama la atención la cantidad de medios que, al ver que el periodismo entraba en crisis, decidieran recortar… en periodismo. Es como si al herido que llega al hospital, en lugar de hacerle una transfusión, se le extraen las últimas gotas de sangre. Con un descenso brutal de circulación y publicidad, algunos ajustes eran inevitables en la prensa tradicional. Pero la mayoría fueron más lejos: despidieron a grandes profesionales porque “salían caros”, ahuyentaron a los mejores freelance con pagos humillantes, crearon fábricas de periodismo de todo a cien, empezaron a contar lo de Ucrania desde Toledo y lo de Toledo desde la redacción. Y le dijeron al lector, oyente o espectador que el producto que ofrecían no solo tenía la misma calidad, sino más. Que textos con erratas, a veces ininteligibles, huérfanos de los datos más elementales y carentes de la más mínima calidad narrativa, que el cotilleo de peluquería y el sexyperiodismo fácil, es caviar informativo. Ay, si el lector fuera lo suficientemente idiota para no darse cuenta.

Mastica las noticias por usted

No importa que sea sobre actores peor vestidos o la guerra en Siria, cada vez es más difícil encontrar artículos que no estén troceados, resumidos, simplificados y divididos en algún tipo de lista. Los 33 alimentos más sanos, los 10 trucos para hacer a tu pareja feliz en la cama o las cinco cosas que las personas exitosas deben hacer antes de las 8 AM (esta última información me contrarió, porque uno creía que el éxito consistía en no tener que madrugar). Cada vez son más los que creen a sus lectores incapaces de leer un texto de más de 600 palabras sin rebajarlo al nivel de comprensión de un escolar de primaria. Todo lo ofrecen masticado y liviano, sin demasiada información, no vaya a atragantársele a alguien. Es como si alguien que quisiera escribir sobre el mejorable estado del periodismo se limitara a dividir su artículo en las cinco pistas que demuestran que los medios creen que su público es idiota. Para no volver a leer a su autor, vamos.

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Masoquismo democrático y el placer de votar a políticos inútiles

No parece aconsejable subirse a un avión pilotado por un taxista, operarse del corazón en el veterinario o poner al frente de un país a alguien que no podría gestionar una ferretería. Pero hay naciones que se empeñan en esto último con reiterado masoquismo democrático. Pongamos el ejemplo de España, incapaz desde la transición de elegir a un líder culto, preparado, que hable idiomas o nos evite el ridículo cada vez que sale al extranjero. Y todavía los hay que se extrañan de que llevemos seis años en crisis, cuando lo sorprendente es que el barco siga a flote. Sigue leyendo

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Los desahuciados del periodismo

El periodismo se parece cada vez más al borracho de la barra del bar, añorando un pasado que no volverá y pidiendo una ronda más para olvidar su presente. Las reuniones con los colegas se han convertido en funerales donde se homenajea a los últimos caídos en las redacciones -10.000 en los últimos cuatro años- y se recuerdan con nostalgia tiempos mejores. Tampoco ayuda la sensación de que, al igual que ha ocurrido con la banca o la casta política, muchos de los que agravaron la crisis de sus empresas siguen en sus puestos, mientras firman los despidos de quienes se limitaron a aplicar su falta de visión. Sigue leyendo

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El país que se perdió el respeto a sí mismo

Escuchando el debate sobre la decadencia de España podría llegarse a la conclusión de que ocurrió por accidente, que fuimos atropellados por el infortunio. Se habla de los corruptos como si fueran extraterrestres llegados de un universo lejano. Miramos al exterior y envidiamos a los políticos de otros países, sorprendidos por su estatura moral incluso a la hora de reconocer el error y renunciar. Nos preguntamos por qué tenemos que conformarnos nosotros con los mediocres, los cobardes y los golfos. ¿Nos los eligen en Finlandia? ¿No será que son reflejo de la sociedad?

España se mira al espejo y no se gusta, pero tampoco parece dispuesta a hacer nada por cambiar. Clama contra los políticos, pero vota a los de siempre. Se indigna ante la corrupción, pero pregunta si puede pagar en negro. Detesta el nepotismo, pero qué hay de lo de mi sobrino. Pide cultura, pero premia con las mejores audiencias la televisión más zafia. Y exige respeto, aunque hace tiempo que se lo perdió a sí misma. Sigue leyendo

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El cementerio de periódicos

Me escriben compañeros sorprendidos de que haya defendido a la competencia después de su metedura de pata al publicar una foto falsa de Hugo Chávez. No creo haber hecho tanto, pero es cierto que no me he sumado a quienes, en algunos casos con escasa legitimidad para dar lecciones de periodismo, han aprovechado para ajustar cuentas y poner en duda la profesionalidad de los colegas de El País. Sigue leyendo

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Anormales

La crisis se está alargando tanto que corremos el riesgo de olvidar que empezó como una estafa. Sus perpetradores cuentan con que, pasado el shock inicial, repetidas con suficiente asiduidad y consistencia las tropelías, todo nos termina pareciendo de lo más normal. Es uno de los méritos de la casta política: haber hecho bueno el verso de Riechmann que Antonio Lucas rescataba el otro día: “Ya casi no podemos distinguir entre lo que nos acaricia y lo que nos aplasta”. Sigue leyendo

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