Menos favores sexuales, creo haber hecho de todo por un visado. He entrado en Corea del Norte haciéndome pasar por empresario de lencería y bañadores femeninos, he corrompido con buen vino a funcionarios de repúblicas islámicas y más recientemente he cubierto la rebelión de los monjes tibetanos en China con un permiso de negocios. “No hace falta que le digamos de qué queremos hablar”, dijo la funcionaria china que me convocó en la embajada a mi regreso. “Desde ahora, tiene prohibida la entrada en China”.