Patriotas de tertulia, en España y el Reino Unido, fantasean estos días con una guerra por Gibraltar. Quizá esto les decepcione: este verano no habrá más invasión británica que la habitual de los borrachos descendiendo sobre los bares de Magaluf, ni más bajas que la de algún idiota haciendo balconing. Pero por si acaso, en una encuesta digital se nos ha preguntado por nuestra disposición a cambiar el próximo puente a la playa por una marcha al Peñón. Y no son pocos los voluntarios.

Nunca fue tan fácil sentirse héroe a cambio de menos. Un clic, ya ven.

Nadie habla con más ligereza de la guerra que quienes nunca han estado en una, incluidos periodistas que las arengan y políticos que las comienzan. Podemos sospechar que nuestros voluntarios virtuales tampoco han estado en un conflicto (No: no cuenta haber sido despertado de la siesta-telediario por una crónica desde Siria). Por eso sería bueno empezar la instrucción de nuestra brigada de enlistados en Twitter enviándoles un par de semanas al frente a oler ver sentir escuchar cómo es aquello, con un fusil en una mano y el libro El Miedo en el otro. He citado otras veces el pasaje del relato de Chevallier en el que el protagonista, un soldado herido que yace en un hospital de campaña de la I Guerra Mundial, es preguntado por su experiencia en eso que Paul Vaéry describió como “una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran”.

-Pues bien –dice el soldado de Chevallier–, estuve de marcha día y noche, sin saber adónde iba. Hice ejercicio, pasé revistas, abrí trincheras, trasladé alambradas, sacos terreros, vigilé en la tronera. Pasé hambre sin tener nada que comer, sed sin tener nada que beber, sueño sin poder dormir, frío sin poder calentarme, y piojos muchas veces sin poder rascarme… Eso es todo.

-¿Todo? –insisten ellas decepcionadas con el relato nada heroico.

-Sí, todo… O mejor dicho, no, no es nada. Les voy a decir la gran ocupación de la guerra, la única que cuenta. HE TENIDO MIEDO.

El coraje, que no es otra cosa que la superación del miedo, es un extra de la personalidad: menos común estos días que en la época de nuestro soldado y fácil de disfrazar de fanfarronería. Ay, si la valentía se midiera en clics o discursos a miles de kilómetros del frente. Quizá todavía tendríamos imperio, aunque fuera pequeñito y decadente como el de los enemigos que ya preparan, en bermudas y al grito de “queremos barra libre”, la gran invasión de nuestra madre patria.