Hasta ahora creía que haber estado en un lugar significaba que siempre estaría allí. Más o menos cambiado. Más o menos expoliado. Quizá inmune al paso del tiempo y la fealdad de los hombres. Pero seguiría en el sitio donde lo dejé y podría volver a él. Aceh, sin embargo, no está dónde la dejé. ¿Qué fue de la aldea de pescadores donde paré a comer hace cuatro años? ¿El mercado donde regateé con aquel anciano desdentado? ¿El barrio donde entrevisté en la clandestinidad a uno de los rebeldes? Mientras avanzo por la costa de Sumatra hacia el sur, atravesando lugares donde es difícil imaginar que haya existido vida, siento como si alguien hubiera apretado un botón y todas las memorias de mi primer viaje estuvieran siendo borradas ante mí. Han desaparecido los sonidos, los paisajes y las gentes que podrían ayudarme a recordar.
A mí alrededor, la nada más absoluta.