No parece aconsejable subirse a un avión pilotado por un taxista, operarse del corazón en el veterinario o poner al frente de un país a alguien que no podría gestionar una ferretería. Pero hay naciones que se empeñan en esto último con reiterado masoquismo democrático. Pongamos el ejemplo de España, incapaz desde la transición de elegir a un líder culto, preparado, que hable idiomas o nos evite el ridículo cada vez que sale al extranjero. Y todavía los hay que se extrañan de que llevemos seis años en crisis, cuando lo sorprendente es que el barco siga a flote. Sigue leyendo