No se puede dejar de admirar la perfección del golpe. La habilidad de haberlo llevado a cabo a plena luz del día, sin necesidad de pasamontañas ni pistolas. Hemos terminado entregando el dinero de nuestros impuestos a los mismos bancos que nos embargan, a la vez que se recortaba en Educación, Sanidad o Ciencia. Mientras nos preguntamos cómo ha sido posible, los perpetradores preparan ya la fuga, protegidos por esa coartada infalible que es la impunidad. Sólo les ha faltado dejar una nota firmando la autoría: “El Robin Hood español”, dispuesto a sablear al de abajo para que le siga yendo estupendo al de arriba.

Todo comenzó a cocinarse allá por 1997, cuando el entonces presidente Aznar sentenció aquello de “España va bien”. En una guarida figurada, atraídos por su coincidencia de intereses, se formó una asociación de malhechores compuesta por políticos corruptos, banqueros avariciosos y promotores inmobiliarios sin escrúpulos. En la siguiente década, pondrían en marcha un boom inmobiliario que triplicaría el valor de la vivienda y dejaría entrampado el país.

Mientras los autores del robo insistían que nada podía hacerse contra “la ley del mercado”, en Alemania los precios de los pisos no crecían e incluso bajaban. Y así, en 2007 un apartamento de 90 metros cuadrados en el centro de Berlín costaba 160.000 euros. En Madrid, 600.000. Los políticos alemanes habían legislado decretando leyes que penalizaban la especulación inmobiliaria y protegían a los ciudadanos. Nada parecido podía suceder en Ladrillolandia por la sencilla razón de que el triunvirato que dirigía el país se había fusionado en un único e indisoluble ente. Los políticos eran a su vez banqueros, los banqueros promotores, los promotores políticos, los…

Decenas de Cajas de Ahorros fueron puestas en manos de políticos, que a su vez premiaron con créditos a los promotores, que recibían permisos para construir en suelo recalificado. Los bancos no tenían tenían problema en perdonar las deudas de los partidos, que devolvían el favor mirando a otro lado ante la imposición de cláusulas abusivas en los créditos a familias o ante el falseamiento de sus cuentas…

El resto es historia. La burbuja estalla, la economía se desmorona, millones de personas pierden sus empleos y los políticos, banqueros y promotores se dan cuenta de que peligra el botín. Se pone en marcha la operación para salvarse unos a otros mediante otro gran golpe, más audaz si cabe. Los políticos suben impuestos y recortan en derechos sociales, sin tocar uno solo de sus privilegios. Los bancos embargan viviendas -sin que la gente pueda saldar su deuda con ello- y después las vuelven a poner en el mercado, todavía al doble de su valor real. ¿No es suficiente? El Gobierno coge el dinero extra que ha pedido a sus ciudadanos y se lo entrega en ayudas a esos mismos bancos, permitiendo que sus directivos se marchen con indemnizaciones millonarias. La gran estafa, consumada. Robin Hood a la inversa.

David Jiménez en Twitter