Escuchando el debate sobre la decadencia de España podría llegarse a la conclusión de que ocurrió por accidente, que fuimos atropellados por el infortunio. Se habla de los corruptos como si fueran extraterrestres llegados de un universo lejano. Miramos al exterior y envidiamos a los políticos de otros países, sorprendidos por su estatura moral incluso a la hora de reconocer el error y renunciar. Nos preguntamos por qué tenemos que conformarnos nosotros con los mediocres, los cobardes y los golfos. ¿Nos los eligen en Finlandia? ¿No será que son reflejo de la sociedad?
España se mira al espejo y no se gusta, pero tampoco parece dispuesta a hacer nada por cambiar. Clama contra los políticos, pero vota a los de siempre. Se indigna ante la corrupción, pero pregunta si puede pagar en negro. Detesta el nepotismo, pero qué hay de lo de mi sobrino. Pide cultura, pero premia con las mejores audiencias la televisión más zafia. Y exige respeto, aunque hace tiempo que se lo perdió a sí misma. Sigue leyendo