Cada vez que escucho a alguno de mis paisanos catalanes comparar su situación con la del Tíbet, imagino cómo sería si fuera cierto. El presidente de la Generalitat viviría exiliado en los Alpes, no existirían el parlamento, la policía autonómica o ninguna de las instituciones que tan cómodamente colocan a los miembros de la casta política local. Una llamada a medianoche supondría la visita de los agentes de la Oficina de Seguridad Pública y la desaparición de un hijo o una hermana entre acusaciones de subversión.
No, Catalonia is not Tibet. Sigue leyendo