Dicen las noticias que hemos batido otro récord y que el año pasado vinieron a España 82 millones de turistas. Hay gente que piensa que son demasiados e incluso quienes piden a los turistas que vengan menos, después de haberles pedido durante años que vinieran más y antes de que les pidamos que vuelvan, si se les ocurre dejar de venir. En medio de tanta confusión, la mejor solución la leí en Twitter: basta con hacer que nos entreguen su dinero sin venir a molestarnos.

Pero lo que realmente hace falta es transformar el modelo económico, aseguran los políticos que viven del que tenemos. Adiós a los pelotazos y recalificaciones en la costa, la especulación, el ladrillo y los chiringuitos. Convertiremos Benidorm en nuestro Silicon Valley, fabricaremos BMW en Magaluf en Mallorca sobra mano de obra alemana y Pepe Luces creará el próximo Amazon desde una tumbona en Marbella. Los más de dos millones de camareros contratados cada año en nuestra economía de servicios harán una oposición rápida y serán recolocados como funcionarios de la agencia TNW (Turis Not Guelcom). Inglés no requerido.

En el nuevo modelo quizá sobren taxistas, pero los reciclaremos en pilotos de aviones privados para traer a turistas saudíes, que gastan más y se emborrachan menos. Convertiremos los destinos de barra libre y balconing en spas de rehabilitación para estrellas de Hollywood denunciadas por acoso sexual y futbolistas defraudadores. Y, por supuesto, sólo aceptaremos visitantes selectos y educados, como los que nosotros mandamos a Cuba.

Vendrán menos extranjeros, pero a cambio recuperaremos a compatriotas exiliados durante la crisis: científicos atraídos por suculentos sueldos de 800 euros al mes y descansos de tres horas para comer, profesores que se sentían demasiado respetados en colegios noruegos, arquitectos que se encargarán de organizar la demolición de nuestros paraísos de cemento y jóvenes que regresarán para calentar el banquillo con el casco de obra puesto, como en los buenos tiempos en que podían dejar los estudios para cobrar 3.000 € al mes. Porque si el plan se tuerce, y ya están los antipatriotas de siempre propagando dudas, alguien tendrá que levantarlo todo de nuevo, más grandioso, absurdo e insostenible. Porque los cínimos piensan que en realidad ese es el sueño de nuestros políticos, banqueros y promotores del ladrillo, empezar todo de cero para volver al pelotazo. Y porque, oiga, en España siempre hemos sido previsores. Somos el país del Plan B. ¿O era de la Caja B?

Ya se vislumbra en el horizonte la nueva España que nos permitirá deshacernos de esa industria que desde 2013 ha creado uno de cada cuatro empleos y supone el 11,5% del PIB del país. Han sido décadas promocionando el turismo masivo y cutre, incluida una destrucción de la costa sin comparación en el mundo, pero al fin hemos comprendido que todo fue un error. Le puede pasar a cualquiera: intentas levantar Sant Tropèz y te sale La Manga. Mientras rectificamos, y damos tiempo a que hagan efecto las medidas que acabarán con nuestra dependencia de los turistas, basta con pedirles que nos entreguen su dinero sin venir a molestarnos. Si protestan, siempre podemos recordarles que Spain is different.

Y más que lo va a ser.