Entre las obligaciones de un presidente debería estar no avergonzar a sus ciudadanos ante el mundo. No parece tan difícil, teniendo en cuenta que nuestras expectativas tocaron suelo hace tiempo: valdría con que nuestros políticos pasaran desapercibidos en cumbres diplomáticas y actos públicos internacionales, en lugar de aprovechar cada ocasión para mostrar lo catetos que son. Ahí está la reacción de Mariano Rajoy el otro día cuando un periodista de la BBC trató de preguntarle en inglés. “Bueno, no, hombre… no vamos a hacer…”, respondió el presidente. Ni que le estuvieran pidiendo que aceptara sobres con sobresueldos.
He leído en alguna parte que el presidente hizo bien: estamos en España y aquí se habla español. Salvo que la rueda de prensa era en Bruselas. ¿Por qué iba el ocupante del cargo de más responsabilidad del país conocer un idioma que se exige a los camareros en los chiringuitos de la Costa del Sol? ¿Por qué iba a tener a mano a alguien que le tradujera la pregunta en esa lengua tan marginal y secundaria? ¿Por qué no pedir directamente el veto de periodistas extranjeros que no entienden que el presidente no anderstans inglis?
Rajoy aprenderá inglés cuando deje el puesto, como hicieron Aznar y Zapatero, que también pasearon por el mundo su falta de complejos. He contado alguna vez la anécdota de Aznar cuando en su apogeo de popularidad (y engreimiento) viajó a Hong Kong en 2000. Se había dispuesto un traductor para su discurso en la cena de gala, pero el presidente decidió arrancarse con una broma en inglés que nadie entendió. Lo único que se escuchó en la sala fue su propia carcajada. Luego está lo de Zapatero, que en 2010 logró retrasar el comienzo del Foro de Davos mientras le buscaban un intérprete. O aquella ocasión en la que una periodista británica le pidió que valorara su cumbre con Tony Blair. «Thank you«, respondió. «And good luck«, le faltó añadir.
Nuestros políticos aspiran a la presidencia sin haber viajado ni conocido mundo, con una formación diplomática nula y escasos conocimientos en geopolítica o relaciones internacionales. Luego van por ahí diciendo que somos un país de Champions, sin enterarse de que no pintamos nada, y para disimular que sí terminan poniendo los pies encima de la mesa de George W. Bush y yendo a la guerra a cambio de una palmadita en la espalda. Claro que hay una forma más optimista de ver su falta de preparación internacional: mientras sigan explicando por ahí sus políticas en perfecto español, siempre nos quedará la esperanza de que sus interlocutores no les entiendan. Se ahorran la explicación de cómo tres décadas de educación fallida han robado a los estudiantes españoles la oportunidad de hablar inglés y tener a su disposición una herramienta esencial en un mundo global. «Thank you«, que diría Zapatero.