Si realmente existe, cuesta creer que Dios quisiera que las decisiones en su nombre fueran tomadas solo por hombres. Que su principal portavoz solo pudiera ser un hombre. Elegido en un cónclave formado exclusivamente por hombres. Y que su mensaje fuera transmitido, desde lo más alto de la jerarquía eclesiástica a las parroquias rurales de Ghana, por hombres nada más.

La marginación de las mujeres en la Iglesia se defiende en base a la historia, las tradiciones y la teología, incluida la interpretación de las palabras del Apóstol Pablo en las que establecía que no podían tener autoridad espiritual sobre los hombres. Hablamos del siglo primero: no existía el concepto de igualdad de género, las mujeres eran consideradas seres inferiores, su acceso a la educación escaso y su participación en puestos de responsabilidad nulo. Las cosas, afortunadamente, han cambiado. Nada justifica hoy que la Iglesia siga siendo “la única institución del mundo en el ámbito occidental que sigue marginando a las mujeres”, en palabras de Dolors Figueras, de la organización católica femenina Dones en l’Esglesia.

Es difícil separar la misoginia que reina en el Vaticano de doctrinas que atentan contra la independencia de la mujer. No hablo del aborto, cuyo debate moral va más allá de la religión. Cuando la Iglesia determina que el uso de preservativos va en contra de los valores cristianos, cabe preguntarse: ¿los valores de quienes, si la interpretación bíblica sobre la que se justifica esa decisión ha recaído solo en hombres? También es difícil separar la inacción, pasividad y encubrimiento de los abusos sexuales de miles de niños a cargo de la Iglesia del hecho de que esté gobernada exclusivamente por hombres, que se escogen entre ellos para ocupar los ministerios ordenados y administran la institución en absoluto secreto. Es solo una teoría, pero si las denuncias hubieran pasado por mujeres es probable que la reacción hubiera sido otra.

El mensaje de la iglesia sigue determinando cómo viven millones de personas, desde Filipinas a México. Parece un contrasentido que sea moldeado a espaldas a la mayoría de sus fieles. El nuevo papa salido del Cónclave podría abrir el debate sobre la exclusión de la mujer, rectificando la carta apostólica en la que Juan Pablo II descartó esa posibilidad y creando en el camino una Iglesia más inclusiva y tolerante. Pero hace falta mucha fe para creer que algo parecido pueda ocurrir en una Iglesia donde solo mandan hombres.

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Llevando la cruz en Manila, uno de los lugares donde la palabra de Dios todavía va a misa. FOTO: DAVID JIMENEZ