Entrevisté al líder de un grupo de nativos de Borneo que acababa de decapitar a cientos de personas, incluidos niños. A pederastas que cumplían condena en Camboya. Verdugos en genocidios y masacres. También a los más amables Dalai Lama, Aung San Suu Kyi o Corazón Aquino. Sería estupendo poder explicar la vida desde la bondad y reservar el periodismo solo para nuestros héroes. Y, sin embargo, el mal también tiene cosas interesantes que decir. Ayuda a entender por qué ocurren las cosas y qué puede hacerse para mejorarlas.
No comparto la escandalera que se ha organizado en España ante la posibilidad de que a algún periodista se le ocurra entrevistar a los terroristas, violadores o criminales que están saliendo de la cárcel tras la sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. “No se puede entrevistar a asesinos”, dicen.
No solo se puede: en algunos casos se debe.
Las mejores entrevistas, las que más nos ayudaron a comprender la naturaleza humana, las que nos pusieron sobre aviso de los días oscuros que vendrían, se hicieron a diablos. George Sylvester Viereck entrevistó a Hitler en 1923 y lo que salió del encuentro debería haber sido suficiente para alertar al mundo, y en especial a los políticos europeos, de que se estaba gestando una II Guerra Mundial. “Adolf Hitler apuró su taza como si no contuviera té, sino la sangre vital del bolchevismo”, escribe Viereck. “Para nosotros, raza y Estado son lo mismo”, dice el futuro Führer.
La BBC entrevistó en 1978 a Idi Amin, el Carnicero de Uganda de quien se contaba que se comía a sus enemigos. En un momento del encuentro, a pesar de que el dictador se muestra enfurecido y hombres armados rodean al equipo de televisión, el periodista David Lomax le pregunta:
-¿Por qué sigue matando a gente?
-Dígame –espeta Amin al reportero–, ¿no tiene miedo de estar hablándole al Conquistador del Imperio Británico?
El periodista respondió formulando la siguiente pregunta (y sí, más tarde confesaría que había sentido miedo).
Si hubiera tenido la oportunidad, no habría dudado en entrevistar a Osama Bin Laden, Kim Jong-il, Radovan Karadzic o un asesino en serie. Recoger lo que tuvieran que decir no me convertiría en promotor de sus ideas ni apologista de sus crímenes. Si alguien tuviera que sentir remordimiento, serían ellos.
Entendería si alguien me dijera que los presos liberados estos días de las cárceles españolas carecen de interés informativo o no tienen nada relevante que aportar, pero no que la ética periodística impide hablar con ellos. Sin que haya dinero de por medio -no se puede premiar el crimen-, realizadas con sensibilidad hacia las víctimas y alejadas del simple morbo, las entrevistas con los renglones torcidos de nuestra sociedad también son periodismo. A veces, el mejor. Nos parece estupendo que se entreviste al diablo cuando viene del mal llamado Tercer Mundo, o de un país lo suficientemente alejado, pero nos molesta tener que escuchar sus palabras cuando podría haber sido nuestro vecino. No es tanto el mal lo que nos incomoda, sino su cercanía.
El problema no está en entrevistar a los delincuentes, sino en pagarles por ello. Cuando se hace esto se premia el delito, ya que no se habría recibido el dinero si no se le hubiera entrevistado y esto no heria pasado de no haber cometido el delito.
La ley debe impedir que un delincuente saque provecho de su delito. Se trata de no incentivar económicamente los delitos
Totalmente de acuerdo contigo. Creo que las entrevistas a esta clase de personajes históricos son las que más rigor conllevan.
[…] Entrevista con el diablo […]
Yo tampoco habría dudado.
Es más, no creo que se pueda decir que esas entrevistas no tienen interés informativo… Partiendo, como todos aquí, claro, de que sean entrevistas y no una sucesión de preguntas morbosas; partiendo de que sean disecciones de esos personajes, de sus motivaciones, de sus causas y su conciencia de sus efectos, de su culpa, de su responsabilidad, del riesgo de reincidencia, de si hay o no arrepentimiento, regeneración moral o como leches lo queramos llamar. Nada de empatizar, pero sí tratar de comprender, al menos, los mecanismos mentales que los llevan o llevaron a ese punto. Eso es puro periodismo, eso es importante y no sólo interesante.
Precisamente el mayor valor informativo creo que estaría en la entrevista a Inés del Río o alguno de sus compañeros en ETA, preguntarle si está arrepentido, si cree que la situación hoy en día es igual que hace 20 años, si valió la pena, etc.; sin embargo, no parece que haya muchos medios interesados. Así que parece que sí, que lo que les mueve es el morbo de entrevistar a un Ricart o a un violador del chandal, no el posible interés de una entrevista seria.
Es aceptable por su valor informativo pero también nos interesa ¿morbosamente? conocer esa parte oscura, puede que inherente a todo ser humano, para explicarnos el detonante que la hace brotar. Es un hecho que necesitamos juzgar, condenar o amnistiar.
De acuerdo en todo. Como bien matizas, no hay nada malo en ello, siempre que no se pague y creo que parte del revuelo se ha armado porque se habla de pagar a alguno de estos indeseables.
La ética periodística debería plantearse determinadas entrevistas que añadan más estupidez a esas dos décadas que «telebasura» que sufrimos, el ejercicio de la profesión perezoso, morboso, de ácido corta y pega tan presente y paralelo a ese tipo de trabajos; simple oportunismo lejos de cualquier contenido real de interés. Oportunismo consciente, además, que hace el gesto aún más canalla.
Es muy posible que, como dices que Enric González asegura, en España «no existan suficientes lectores de calidad para hacer un buen producto, sin sectarismos», sí un demasiado nutrido grupo de gente interesada en ese morbo y en ese periodismo infame. Razón suficiente para apelar a que la ética periodística, y la ética en general, de ninguna manera se planteen o insistan en semejante tipo de trabajos, en los que el principal interés es captar de forma momentánea la atención de ese nutrido grupo de infelices, en una simple guerra de cifras entre cadenas.
Depende de cómo se entreviste. Si es pagándole una pasta y buscando el morbo y la carnaza en una chusca orgía televisiva no. Si es como hizo Truman Capote para escribir «A sangre fría», intentando explicar el porqué de esos asesinatos tan absurdos, sí.
Efectivamente la clave para entrevistar o no al diablo debería ser el valor informativo. El problema -y creo que por ahí vienen las críticas en España- es que este rigor nunca está presente sin pensar en las audiencias o los ejemplares vendidos. Y lo peor: van acompañadas de dinero. A esa situación es a la que hacen frente la inmensa mayoría de periodistas que conozco, en la que me incluyo. Gracias por el artículo.
Cierto es que puede haber algunos de estos personajes que tengan algo interesante que decir, pero yo creo que son los menos. Es mucho más fácil hacer el mal que el bien, no es más que dejar salir la bestia que llevas dentro y arrancarte el barniz de civilización.
Me parece más interesante una entrevista a Nelson Mandela que a Idi Amin y a un misionero o cooperante que está haciendo algo altruistamente que a Ricart.
Sinceramente poco me importa lo que Inés del Río opine de nada. Y ponerle un micrófono a este tipo de personas tiene que hacerse con mucho cuidado, para evitar admiradores e imitadores.
En cualquier caso, interesante tema éste para debatir.