La casualidad quiso que al cumplirse un año de publicar El Director me encontrara en un supermercado con el más siniestro de los personajes del libro, retratado como un esbirro de traje y corbata. Al verme se dirigió a mí amenazante, pero manteniendo el distanciamiento social que exigen estos tiempos de pandemia: “Ya te pillaré en otro momento”.

Quizá es lo más fascinante que ha ocurrido desde la publicación del relato de mi año al frente de El Mundo: el empeño de políticos, empresarios, directivos de medios y el lado más oscuro del periodismo nacional por confirmarse tal como se les describe en el libro.

Los encontronazos de estos meses han sido cómicos, matones de supermercado aparte. Está la empresa del IBEX cuyo espacio cultural iba a albergar una presentación del libro, pero puso como condición que no hablara del libro. Los ferozmente independientes colegas que me citaron para entrevistas, para cancelar cuando recibieron La Llamada. Los ofendidos que amenazaron con demandas, pero vaya, se les olvidó presentarlas. O las reacciones indignadas de periodistas que a dios ponen por testigo de que no han leído El Director y jamás lo leerán. Y, en el mismo párrafo, lo reseñan como “un libro de cotilleos”.

¿Cotilleos y periodismo? Hasta yo estuve a punto de salir corriendo a comprarlo.

También hubo críticas legítimas de compañeros que me hicieron dudar. ¿Fue acertada la utilización de motes para referirme a los ex compañeros de El Mundo? ¿Fui injusto con alguno de ellos y demasiado benévolo con otros? Jamás escribí algo, artículo, libro o correo a mi casera sin que, al darle al botón de enviar, no pensara que podría haberlo hecho mejor. El Director no es una excepción.

Presté menos atención a los fariseos que llevaban años denunciando lo mismo que yo en la máquina del café y se escandalizaron lo más ruidosamente posible, para seguir calentando el asiento; a quienes solían elevarme al estatus de “Kapuściński español” cuando mis libros describían miserias lejanas y se lanzaron a la yugular ahora que les pillaban cerquita; o a quienes se tomaron el libro demasiado en serio y pidieron enviar al autor a la hoguera, como si hubiera escrito Los versos satánicos del periodismo. Oiga, que solo es eso: un libro.

Son muchos los lectores que estos días me recuerdan pasajes de El Director al asistir perplejos al circo periodístico montado durante la pandemia. Que no se me enfaden las excepciones, que las hay, pero se ha confirmado que España tiene una de las prensas más sectarias, militantes y faltas de rigor del mundo. Si ni siquiera en mitad de una gran crisis sanitaria y económica es capaz de ponerse al servicio de los ciudadanos, ¿cuándo entonces?

La decadencia que describí en el libro ha continuado. Las ataduras al poder y los favores que describí en Los Acuerdos persisten, pero ahí está la esperanza de que los modelos de suscripción rompan esa dependencia. Sería una gran noticia. El periodismo mafioso descrito en el capítulo Cosa Nostra sigue actuando con total impunidad, sin que nadie lo investigue o denuncie. Y lo peor del oficio continúa encontrando legitimidad, espacio y atención en programas que dicen informar, cuando solo buscan entretener. ¿Cuándo tendrá nuestro periodismo el valor de expulsar a quienes lo denigran y arrastran por el fango?

Pero suficiente del lado oscuro. Las muestras de apoyo han sido abrumadoramente mayoritarias en este año, han venido desde lugares inesperados y han hecho del libro un bestseller que tendrá su continuidad en una serie de televisión, una oportunidad para llevar su espíritu a nuevas audiencias. Halagos y críticas: uno tiene suficiente carretera para tratar a ambos impostores con igual desdén, que diría Kipling.

Lo preocupante sería que un directivo sin moral ni educación, que perdía la honra en despachos enmoquetados mientras otros nos jugábamos el tipo por hacer mejor a El Mundo, desde Kabul a Fukushima, me felicitara por retratarle. El Director ha cabreado a quienes tenía que cabrear y ha gustado a quienes debía gustar. Como dice alguien que vivió aquel año de cerca, y sigue peleando por la dignidad de un periódico traicionado, la respuesta ha sido previsible tratándose de un libro cuya primera parte es verdad. “Y la segunda cierta”.