El partido gubernamental está podrido de corrupción, los socialistas andan tratando de matarse a puñaladas y los «nuevos» de paseo en autobús, a la espera de hacerse mayores de edad. Vuelve el ladrillo. Los créditos para irse de crucero. Los anuncios de préstamos al 20%. Íbamos a cambiar el modelo económico y repetimos. Íbamos a renovar el sistema y quienes lo manipulan siguen ahí, más fuertes que nunca. Íbamos a castigar a los corruptos y los hemos reelegido. Íbamos a transformar la educación y seguimos formando idiotas. El país no tiene remedio y tampoco nos importa. El autobús ha vuelto a ponerse en marcha, el mismo autobús viejo y parcheado, con su decrepitud disimulada por una mano de pintura. Los políticos aprovechados siguen al volante, los tramposos en clase preferente y los ignorantes mirando por la ventana mientras les roban la cartera. Otra vez. El destino ya lo conocemos: el precipicio. Diremos que fue un accidente. Pero en realidad nos habremos merecido la hostia tanto como la anterior. Abróchense los cinturones.