Espero que no se moleste Pino Solanas si tomo prestado el título de su documental sobre cómo una mafiocracia formada por políticos, empresarios, jueces y militares saquearon, robaron y traicionaron hasta la ruina a la Argentina. La memoria de un país es directamente proporcional a su capacidad de evitar que le vuelvan a tomar el pelo. Como el nuestro tampoco tiene ninguna, pueden estar seguros de que todo volverá a pasar. Que nos volveremos a llevar las manos a la cabeza. Que nos preguntaremos otra vez cómo fue posible el engaño. 

Si usted va a comprar el pan y el panadero es de moral endeble, es probable que le devuelva mal el cambio. Si percibe que el cliente no lo comprueba, seguirá robándole. Si finalmente usted descubre el engaño, pero sigue yendo a comprar el pan al mismo sitio, el panadero entenderá que no le importa que le roben. Vivimos en un país donde los políticos han recibido ese mismo mensaje: nada de lo que hagan importa.

Enchufados de partidos, sindicatos y patronal, la mayoría sin la menor idea de cómo gestionar una tienda de barrio, fueron puestos al frente de los consejos de administración de cajas de ahorro. Pasaron a ser responsables del dinero de miles de personas y se dedicaron a malgastarlo, mientras se premiaban a sí mismos con buenos sueldos, comilonas y tarjetas black. Cuando todo se vino abajo, se marcharon sin pagar la cuenta. ¿A quién se la dejaron? A usted.

El Estado acudió al rescate con el dinero de los contribuyentes y a cambio no les ofreció ni una mísera comisión parlamentaria para investigar qué había ocurrido. Quizá es lo único coherente en todo esto: ¿cómo iban a investigarse a sí mismos los responsables de la trama? La factura del rescate podría superar los 75.000 millones de euros. Pero en el Gobierno, en instituciones, comunidades y ayuntamientos, políticos, reguladores y supervisores responsables del desastre han seguido en sus puestos.

Ahora comparen lo ocurrido con un país que revisa el cambio que le dan al comprar el pan. The Washington Post calculó un beneficio del rescate bancario estadounidense para las arcas públicas de cerca de 300.000 millones de euros, una vez completada la reestructuración. Suiza y Holanda, entre otros países, también han salido beneficiados. ¿Acaso somos más tontos los españoles? Sí, lo somos.

Se nos dice que salvar a las cajas fue necesario y, en cierto modo, lo fue. Tras décadas de saqueo y gestión corrupta, el rescate era inevitable si no se quería asistir al derrumbe del sistema financiero y la pérdida de los ahorros de miles de familias. La trampa está en que, cada vez que se nos recuerda la emergencia, se nos escatima la explicación de cómo llegamos a ese punto. Termina presentándose todo como una desgracia, un accidente inevitable. Pero no hubo accidente en el reparto de cargos de los partidos. No hubo accidente en la falta de supervisión del Banco de España o la CNMV, ahora investigadas por la justicia. No hubo, tampoco, accidente en el silencio de gran parte de la prensa. Los directores de los medios de este país recibieron llamadas en vísperas de la salida a bolsa de Bankia para pedirles el favor de que apoyaran la operación. Y la mayoría lo hicieron, mientras las páginas de los periódicos, las cuñas de las radios y los recesos en televisión se llenaban de anuncios contándole a la gente el gran negocio que sería invertir en ese nido de corrupción.

Consumado el robo, el consuelo podría haber sido que se aprendió la lección y hoy tenemos ciertas garantías de que no se repetirá. Pero no: cinco años después del rescate, las cajas han sido limpiadas. Pero el sistema clientelar que permitió la estafa en primer lugar no sólo ha salido intacto de la crisis, sino que se ha fortalecido. Se va acercando el día en que volvamos a preguntarnos cómo pudo pasarnos de nuevo.