Demagogo si te preguntas por qué un gobierno que entrega 100.000 millones de euros a la banca no encuentra dinero para ayudar a miles de dependientes. Demagogo si ves contradictorio que un país que vuelve a emigrar en busca de trabajo reciba a balazos (de goma) a quienes nadan hacia su costa buscando las mismas oportunidades. Demagogo si te ofende ver a decenas de reporteros cubriendo las vacaciones de la familia real y a tan pocos entrevistando a los perdedores de la crisis. Demagogo si te sorprende la capacidad de tantos para movilizarse cuando creen que el árbitro les robó un partido de fútbol, pero ninguna cuando sus gobernantes saquean el dinero de sus impuestos o recortan sus pensiones. Demagogo si te resulta absurdo que tu país se arrodille ante dictaduras como la china -o venda sus principios a monarquías misóginas de Arabia- y calle cuando pueblos amigos son reprimidos. Demagogo si te sorprende que se ayude al principal banquero del país a regularizar los 2.000 millones de euros que su familia guardaba en Suiza, a la vez que se exprime al que paga lo que le corresponde. Demagogo si habrías gastado los 500 millones de euros que ha costado un submarino que no flota en becas para los 30.000 universitarios que no pueden pagar sus tasas; las millonarias subvenciones de los partidos políticos en sanidad; y los sueldos de miles de cargos inútiles en profesores de escuela. Demagogo si te indigna que en un país con la mitad de su juventud en paro, la clase política no conozca el desempleo. Demagogo, me lo llaman mucho últimamente.
Demagogia es apelar a sentimientos de la gente, para luego engañar y traicionar, a sabiendas.
A mí también me consideran demagogo… aquéllos a quienes denuncio.
Rubalcaba el que siempre te la clava, humillado por el coleta perroflauta ese de Podemos. No quereis izquierda pues toma dos tazas.
http://www.youtube.com/watch?v=y5iic9GhKRU
Las fronteras hay que defenderlas de la inmigracion ilegal que quiere quitar el trabajo a los nacionales. Ya está bien de buenismo. Nadie obliga a que se corten con las concertinas. Que no se suban y se queden en su puto pais. La culpa la tienen sus dirigentes corruptos. La Guardia Civil solo hace el trabajo sucio que nadie quiere reconocer. Menos demagogia de comentarios, menos quejarse y mas trabajar por España.
Mas que meterte con inmigrantes que tratan de sobrevivir deberías meterte con quien les llama, esos empresarios que prefieren contratar en B a inmigrantes en la vendimia, al ser la huerta de Europa, dejando de lado a españoles que trabajan en A. Y encima acaban guardando sus fortunas en Suiza y ocultan beneficios en paraisos fiscales. Eso si, son muy patriotas
David, espero que no me censures. Para Demagogos el pacifista progre de ZP:
Sobre el pacifismo de Zapatero: venta masiva de armas a China, Venezuela y Cuba
http://www.libertaddigital.com/nacional/faes-desmonta-las-mentiras-del-discurso-pacifista-radical-de-zapatero-1276340385/
Rajoy aumenta la venta de armas a Bahrein, Israel, Arabia Saudí y Marruecos
http://www.publico.es/politica/456605/rajoy-aumenta-la-venta-de-armas-a-bahrein-israel-arabia-saudi-y-marruecos
Hugo Chávez pasó a ser, para el PP, el ‘amigo peligroso’ de Zapatero a «un gran amigo de España»
España exportó en 2012 armas por valor de 1.953,5 millones de euros, en el primer año de Gobierno de Mariano Rajoy, según las cifras oficiales de la Secretaría de Estado de Comercio. Uno de los datos más significativos es el incremento de las ventas a países acusados de violaciones de derechos humanos, como Arabia Saudí, Bahrein, Israel o Marruecos.
Las exportaciones totales supusieron un 19,6% menos que en 2011, último ejercicio de la etapa del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, cuando el valor del material exportado se disparó hasta 2.431,2 millones (un 115,5% más que en 2010), debido a que en ese año se materializaron varios envíos de gran envergadura económica a Noruega, Australia y Venezuela.
En cualquier caso, la cifra del valor de las exportaciones de armas de 2012 supera ampliamente la registrada anualmente entre los ejercicios 2006 a 2010, cuando osciló entre 845,1 millones (en 2006), 1.346,5 millones (en 2009) y los 1.128,3 millones de 2010.
Las exportaciones continúan incluyendo países donde se han producido graves violaciones de derechos humanos como Arabia Saudí (donde el material vendido ha pasado de 14 millones de euros en 2011, a 21,3 millones en 2012), Israel (472.545 euros en 2011, por 637.842 en 2012), Bahrein (6,3 millones en 2011, por 21,1 millones en 2012) o Marruecos(1,5 millones en 2011, a 2,8 millones en 2012). Sin embargo, dentro de que las cifras siguen siendo muy elevadas, el comercio ha disminuido respecto a otro destino controvertido como es Egipto, con 69,8 millones de euros en 2011 y 50,3 millones en 2012.
El reportero autentico siempre bordeará el filo de la demagogia y el sensacionalismo, para para denunciar los crimenes de los sinverguenzas de todo pelaje.
Si soy demagogo?, si y a mucha honra, no como tu gobernante ladrón, criminal, manipulador, arrogante, destructor social, egosista, parasito, vago, dañino, prepotente, incivico, chulo, …
Pues yo no sé si el Papa Francisco es un DEMAGOGO o un UTOPICO.
http://losnuevostiempos.wordpress.com/category/el-papa-francisco/francisco-el-papa-entrevistas/
Papa Francisco: sectores conservadores lo acusan de «populismo y demagogia» http://www.diarioveloz.com/notas/90986-papa-francisco-sectores-conservadores-lo-acusan-populismo-y-demagogia
Papa Francisco, ¿un populista en El Vaticano? http://infocatolica.com/blog/sacroprofano.php/1303300701-papa-francisco-iun-populista
Papa Francisco profundiza su revolución «popular» e impone su estilo
El papa Francisco, fortalecido por su creciente prestigio en la Iglesia, profundiza su revolución “popular” designando como cardenales a obispos alejados del poder central, y atacando a diestra y siniestra los privilegios y escándalos en la institución. http://www.prensalibre.com/internacional/Papa-profundiza-revolucion-popular-Vaticano_0_1068493226.html
Los 100 días del Papa: Inició un cambio revolucionario y ya lo llaman “el Che” Bergoglio
http://www.clarin.com/zona/Inicio-cambio-revolucionario-Che-Bergoglio_0_938906220.html
No lo sé, ya veremos. Con el tiempo se cumplirá aquello de «Por sus obras los conocereis»
Demagogo sin duda.
Contra el papa Francisco
Por: Martín Caparrós
América Latina se empapo. Mojada está, húmeda de gusto por su papa. Y, de a poco, el mundo se va empapando parecido: el Gran Gesticulador los seduce, los compra, los convence.
Contra el papa Francisco .
Si yo fuera católico, apostólico y romano estaría feliz con el papa argentino. Pero no soy, no estoy. Y quería avisarles una cosa: el peronismo entró en Roma, y es un peligro que quizá no se imaginen.
Tenemos papa hasta en la sopa. Ajiaco incontenible, el Gesticulador no para ni un momento. Nos atiborra de gestos, nos apabulla de gestos: cristianismo explícito, peronismo al palo. El peronismo es el arte de acumular poder diciéndole a cada uno lo que quiere escuchar; el cristianismo es el de acumular poder haciéndoles creer lo mismo a todos.
Bergoglio los maneja y combina como un artista consumado. Abraza a curas tercermundistas —aunque en los tiempos en que la dictadura argentina perseguía y desaparecía a los curas tercermundistas, él era el jefe de los jesuitas, uno de los cargos más altos de una Iglesia que apoyaba con entusiasmo a aquellos asesinos.
Dice tan tolerante que “quién es él para juzgar a un homosexual”, y nadie le contesta que es el jefe de una organización que siempre los consideró pervertidos enfermos y los condenó a las llamas del infierno. Y que es —él mismo— el cardenal que escribió hace un par de años que el matrimonio homosexual era una “movida del demonio”.
Usa poco sus palacios y dice que va a circular en Renault 4: insiste en que vive como un pobre —y en realidad vive como un superpoderoso, disfrutando de la riqueza más rara: no necesita otras riquezas porque sabe que tendrá, hasta el final, millones que lo escuchen, lo sigan, lo adoren. Y tiene, es obvio, la inteligencia suficiente como para no perder el tiempo en riquezas pequeñas, esos fastos bobos: si viajar en Renault 4 lo ayuda a acumular más riqueza verdadera que viajar en Rolls-Royce, qué mejor que cuatro latas para sacar a pasear al personaje.
Bergoglio es un señor que entiende la razón demagógica y cree que debe hacer gestos que conformen el modo en que debemos verlo. Uno que, además, sirve para definir el populismo: que dice, desde una de las instituciones más reaccionarias, arcaicas y poderosas de la Tierra, una de las grandes responsables de las políticas que llevan siglos produciendo miles de millones de humildes y desamparados, que debemos preocuparnos por los humildes y los desamparados.
Y que, al mismo tiempo, más allá de los gestos, sabe —peronista al fin— que si quiere salvar a la Iglesia de Roma debe cambiar un par de cosas.
Ya casi lo olvidamos, pero todo empezó unos meses atrás con ese cambio radical —que quedó oscurecido por la figura del Gesticulador—: su antecesor decidió cargarse dos mil años de historia y definir que su reinado ya no era vitalicio.
El licenciado Ratzinger había sido elegido, como todos los jefes de su secta, por un cónclave de subjefes: el viejo sistema feudal de la asamblea de nobles, patrones de los diversos territorios, que se reúnen para nombrar a uno de ellos primus inter pares, rey. Pero, para cubrir la decisión con el baño de infalibilidad que las religiones intentan dar a sus palabras y sus actos, su dogma dice que no son los cardenales los que eligen sino el Espíritu Santo —el Espíritu Santo—, quien desciende sobre ellos para soplarles el buen nombre. Dicho de otro modo: al papa no lo nombran esos hombres sino un dios —uno de los tres que encabezan esa rara religión monoteísta. Un dios, su dios, había decidido que el licenciado Ratzinger debía representarlo hasta su muerte y el licenciado se escapó, desmintiendo a su dios, mostrando al mundo que ese dios se había equivocado. Parece fuerte: yo que su dios me cabrearía.
El problema es que un monarca vitalicio es cosa de otros tiempos. En realidad, un monarca es cosa de otros tiempos, pero por otro tipo de razones —políticas, no técnicas—. Que la Iglesia de Roma quiera seguir con sus reinados vitalicios es, en última instancia, un episodio más de su resistencia a los cambios científicos y a sus consecuencias: corresponde a tiempos en que las personas se morían mucho más fácil, mucho más rápido; tiempos en que no podían sobrevivirse a sí mismas tantos años. Ratzinger lo estaba haciendo y, mientras, su organización se le iba a pique. Necesitaban darle un golpe de timón: cambiarla para que nada cambiara. Necesitaban, estaba claro, un peronista.
La Iglesia de Roma siempre fue el modelo, la inspiración del peronismo. Una institución aparentemente eterna, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia, dirigida por un jefe indiscutible, servidora de los ricos pero sostenida por los pobres, repartidora de bienes y prebendas, que funcionó bien cuando era perseguida y mucho mejor en el poder, en cualquier forma del poder y, sobre todo, que todavía mantiene su poder porque consigue convencer al mundo de que tiene poder. Así como el peronismo sigue gobernando la Argentina porque persuadió a los argentinos de que solo los peronistas pueden gobernarlos, la Iglesia de Roma se mantiene porque hay suficientes personas en el mundo que creen que no pueden atacarla. (La primera vez que volví a Buenos Aires, 1983, uno de sus pobladores más inteligentes, el licenciado Fogwill, me dijo que me metiera con quien quisiera pero “no con la Iglesia, te hacen cagar, tienen demasiado poder, no hay con qué darles”. Solo faltaban tres años para que un gobierno decidiera enfrentarlos y los derrotara —al promulgar una ley de divorcio que la Iglesia romano-argentina siempre había condenado).
Sobre todo, la Iglesia de Roma fue modelo del peronismo en lo más medular: le enseñó a reinventarse cada tanto, cuando su poder estaba amenazado, y hacerse otra para seguir siendo la misma. Lo hizo en el siglo IV, cuando se alió con sus perseguidores del Imperio romano y se convirtió en religión de Estado. Lo hizo en el XVI, cuando supo ser el arma de “limpieza étnica” de los conquistadores españoles en la propia España y en América. Lo hizo en el XX, cuando barajó su “opción por los pobres” para hacer olvidar su apoyo a Mussolini y Hitler.
Ahora estaba jodida otra vez: llevaba años cayendo, perdiendo fieles, fidelidad, respeto. Muchos la veían como un refugio de pederastas protegido por banqueros corruptos e inquisidores trogloditas, último búnker de una supuesta moral hipócrita y arcaica. La Iglesia de Roma naufragaba y era un alivio: una puerta que se abría. Para volver a cerrarla tenían que apostar fuerte. Necesitaban demostrar que ese no era el verdadero peronismo —digo: catolicismo— y echaron al alemán principista y llamaron al argentino peronista. Jorge Bergoglio, entonces, puso en marcha el proceso: insistiendo en que la Iglesia no es esto que es, que es otra cosa, que se había desviado y que él va a devolverla a su antiguo camino. O sea: a su poder.
Hace unos días, Bergoglio dio una entrevista, que miles de diarios reprodujeron —poquito, era muy larga— y celebraron. Articulistas y más articulistas deshaciéndose —deshaciéndose— en elogios, tan felizmente sorprendidos porque el papa se dejaba entrevistar por el director de la revista oficial de su orden jesuita; si el presidente de un país solo habla con los periodistas que tiene a sueldo, lo miramos con sorna; si lo hace el tal papa, es estupendo, extraordinario.
Y, aún así, en esa entrevista daba la clave de su estrategia. “No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas, hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar (…) Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio”.
Si algo dignificaba a la Iglesia de Roma era que mantenía ciertas causas que le restaban adeptos y simpatizantes, pero que —suponíamos— le importaban tanto que no estaba dispuesta a resignarlas. Eran causas penosas, la punta de lanza de lo más reaccionario. Pero sostenerlas contra viento y marea en un mundo de politiquería encuestadora, donde no hay proyectos sino acomodaciones, resultaba respetable. Ahora seguirán pensando lo mismo pero, peronistas al fin, van a decirlo un poco menos: “No es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”, dice el señor Bergoglio, y se gana el aplauso de los que siempre aplauden.
El Vaticano, que no debería creer en cosas tan terrenas, acaba de dar una estadística: en las primeras 14 audiencias públicas del antiguo nazi hubo 150.000 personas; en las primeras 14 del nuevo peronista hubo 800.000. Y, aun sin números, alcanza con escuchar al mundo: empapadito, gran ajiaco.
Peor para el mundo. En estos días, demócratas y progres festejan alborozados la recuperación de un pequeño reino teocrático: la síntesis misma de lo que dicen combatir. La Iglesia católica es una monarquía absoluta con un rey elegido por los príncipes —todos hombres, tremendo olor a huevo— que se reparten los territorios del reino. La Iglesia católica es una organización riquísima que siempre estuvo aliada con los poderes más discrecionales —más parecidos al suyo—, que lleva siglos y siglos justificando matanzas, dictaduras, guerras, retrocesos culturales y técnicos; que torturó y asesinó a quienes pensaban diferente, que llegó a quemar a quien decía que la Tierra giraba alrededor del Sol —porque no podía haber verdad fuera de sus palabras.
Una organización que hace todo lo posible por imponer sus reglas a cuantos más mejor y, así, sigue matando cuando, por ejemplo, presiona para que Estados, organismos internacionales y oenegés no distribuyan preservativos en los países más afectados por el sida en África —con lo cual el sida sigue contagiándose a miles y miles de pobres cada año.
Una organización que no permite a sus mujeres trabajos iguales a los de sus hombres, y las obliga a un papel secundario que en cualquier otro ámbito de nuestras sociedades resultaría un escándalo.
Una organización de la que se ha hablado, en los últimos años, más que nada por la cantidad de pedófilos que se emboscan en sus filas y, sobre todo, por la voluntad y eficacia de sus jefes para protegerlos. Y, en esa misma línea delictiva, por su habilidad para emprender maniobras financieras muy dudosas, muy ligadas con diversas mafias.
Una organización que perfeccionó el asistencialismo —el arte de darles a los pobres lo suficiente para que sigan siendo pobres— hasta cumbres excelsas bajo el nombre, mucho más franco, de caridad cristiana.
Una organización que se basa en un conjunto de supersticiones compartidas. Que una superstición sea compartida por millones, por cientos de millones, no cambia su esencia. Que haya millones de personas que nos agarremos el huevo izquierdo para alejar la mala suerte no quiere decir: 1) que la mala suerte exista, 2) que agarrarse el huevo izquierdo pueda conjurarla. Que haya millones de personas que crean que una señora virgen parió un hijo de un dios que le había pergeñado un soplo divino no quiere decir: 1) que los soplos divinos preñen mujeres, 2) que haya soplos divinos, 3) que las mujeres puedan embarazarse sin perder su himen, 4) que las mujeres puedan parir sin perder su himen, 5) que haya dioses, 6) que tengan hijos —y así de seguido. Son ejemplos. Y la idea de que ciertas supersticiones son más ciertas porque muchos las creen es curiosa: un democratismo perfectamente incompatible con la base de la idea religiosa, que consiste en dejar de lado cualquier justificación, en creer por convicción, por fe. Las supersticiones sirven para convencer a sus fieles de que no deben confiar en lo que consideran lógico o sensato o evidente, sino en lo que les cuentan. Entrenarlos para que resignen su entendimiento en beneficio de su obediencia a jefes y doctrinas. Como repiten los catecismos: lo creo porque no lo entiendo, lo creo porque es absurdo, lo creo porque los que saben me dicen que es así.
Una organización que, por eso, siempre funcionó como un gran campo de entrenamiento para preparar a millones y millones a que crean cosas imposibles, a que hagan cosas que no querrían hacer o no hagan cosas que sí porque sus superiores les dicen que lo hagan: una escuela de sumisión y renuncia al pensamiento propio que los gobiernos en general —y los tiranos en particular— agradecen y usan.
Una organización tan totalitaria que ha conseguido instalar la idea de que discutirla es “una falta de respeto”. Es sorprendente: su doctrina dice que los que no creemos lo que ellos creen nos vamos a quemar en el infierno; su práctica siempre —que pudieron— consistió en obligar a todos a vivir según sus convicciones. Y sin embargo lo intolerante y ofensivo sería hablar —hablar— de ellos como cada quien quiera.
En síntesis: es esta organización, con esa historia y esa identidad, la que ahora, con su sonrisa sencilla de viejito de barrio, el señor Bergoglio, entrenado por el peronismo durante cinco décadas, quiere reencauchar y repintar para devolverle el poder que está perdiendo. Es una trampa que debería ser torpe; a veces son las que cazan más ratones.
¿Por qué ahora sí nos dejan grabar?
15/04/14
Los periodistas, fotoperiodistas y reporteros gráficos (o camarógrafos) que estábamos el 3 de abril cubriendo informativamente los hechos ocurridos en la valla de Melilla queremos hacer saber que:
Estamos aquí porque es nuestra función social contar lo que está pasando en esta frontera sur de Europa, dar a conocer y mostrar a la ciudadanía cómo seres humanos que en muchos años llevan años sufriendo vulneraciones de sus derechos en su viaje migratorio hacia la Unión Europea, tienen que trepar una valla metálica de varios metros de altura sufriendo heridas por sus cuchillas en un esfuerzo sobrehumano vergonzoso ante nuestros ojos.
Hasta ayer, la Guardia Civil nos ponía obstáculos para realizar nuestro trabajo y tomar imágenes de los hechos, estableciendo un perímetro de «seguridad» al que nos estaba prohibido el paso. Sin embargo, ayer no sólo nos permitieron asistir desde primera línea a cómo un grupo de hombres intentaban superar esa valla, sino que fuimos invitados a presenciar, fotografiar y grabar cómo una vez que habían superado la primera de las dos vallas existentes y la policía marroquí había terminado su “trabajo”, eran entregados por la Guardia Civil a militares marroquíes. Esta práctica que lleva realizándose meses y que se han denominado ‘devoluciones en caliente’ y que ha sido grabada en anteriores ocasiones, ha sido sistemáticamente negada por el gobierno español. Una práctica ilegal: el gobierno español tiene la obligación de iniciar con cada una de estas personas un procedimiento de identificación en el que éstas, además, pueden solicitar asilo.
Después de que el gobierno admitiera estas deportaciones ilegales realizadas a través de la misma valla, para seguir realizándolas se ha escudado en un tratado de readmisión de extranjeros firmado entre Marruecos y España en 1992. Sin embargo, la ley de extranjería vigente no admite esta posibilidad demostrando la ilegalidad de este supuesto.
Pero ayer nos alentaron a grabar cómo estos hombres que permanecieron encaramados a la valla durante 10 horas soportando una temperatura gélida, eran deportados ilegalmente en el mismo momento en que, exhaustos, bajaban a suelo español. Por ello queremos compartir con la ciudadanía nuestra preocupación por el uso que de nuestro trabajo parece querer estar haciendo el gobierno español:
El hecho de que nos permitan documentar una flagrante violación de derechos humanos parece querer normalizarla, presentarla como una práctica legítima mientras intentan reformar la ley de extranjería para legalizarla, como ya han declarado miembros del gobierno.
Y puesto que nuestro trabajo está al servicio de la ciudadanía y del respeto de los derechos humanos, queríamos compartir nuestras dudas y preocupación. Nuestra función es informar sobre los hechos, pero también denunciar la alarma social que el gobierno está transmitiendo con el mensaje de invasión «de los bárbaros», mientras silencia la muerte de quince seres humanos que intentaban llegar a Ceuta. Trabajamos incansablemente para que usted conozca cómo estos seres humanos se enfrentan a innumerables obstáculos para cumplir su legítimo deseo de una vida mejor. Pero no para formar parte de un circo mediático dirigido a desviar la atención sobre los graves problemas sociales que vive España.
Melilla Abril de 2014
¿La batalla de las Termópilas? No: Ceuta
Cuánto más presionan al Gobierno para que investigue los 15 muertos de Ceuta, más exagera el ministro del Interior la «amenaza» de esos subsaharianos que quieren «asaltar» nuestro país.
¿El Álamo? ¿El Alcázar de Toledo? ¿La Batalla de las Termópilas donde 300 aguerridos espartanos detuvieron al ejército imperial persa de Jerjes? No. Es Ceuta, en el increíble mundo paralelo de La Razón, que no solo asume sin preguntar la burda propaganda del Ministerio del Interior, sino que la mejora para presentar el «asalto» como toda una invasión. Atentos a la portada, y a la infografía que acompaña el interior.
Es matemático: cuánto más presionan al Gobierno para que investigue los 15 muertos de Ceuta, más exagera el ministro del Interior la «amenaza» de esos subsaharianos que quieren «asaltar» nuestro país. Hace unas semanas había 40.000 inmigrantes listos para la invasión. Ahora el ministro habla ya de 80.000. Y como la Unión Europea siga preguntando qué pasó, pronto serán un millón.
http://images.eldiario.es/opinion/Infografia-publicada-Razon_EDIIMA20140305_0349_15.jpg
La táctica de tapar los cadáveres creando una falsa alarma social es evidente. También lo es la otra estrategia de defensa que están siguiendo Fernández y Fernández, el ministro y su leal director general: convertir toda crítica en un ataque total a la Guardia Civil.
Lo diré con mayúsculas, para facilitar la comprensión: pedir que se depuren las responsabilidades de ALGUNOS agentes –o de sus mandos– no es cuestionar la actuación de TODA la Guardia Civil.
Quienes mienten, quienes manipulan y quienes hipotecan el honor de todo el cuerpo con la actuación de algunos de sus agentes, aquellos que dispararon balas de goma al agua mientras los inmigrantes se ahogaban en el mar, son los que realmente dañan la imagen de la institución.
P.D. Después de los 300, versión ceutí, propongo otra adaptación cinematográfica para la siguiente película que nos contarán. ¿Les suenan los argumentos?
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=rWjVYa0cFy4
Por favor comentarios mas cortitos, como hace David.
David, de acuerdo contigo. La demagogia que es una degeneracion típica de la Democracia, consiste en que el gobernante tenga un discurso que aparentemente alaba o busca el bienestar del pueblo por mas que luego traiga consecuencias nefastas. Ejemplo los recortes a la mayoria o la bajada de impuestos a la minoria mas pudiente se venden como la condiciones necesarias para la solucion a la crisis, pero al buscar unicamente asegurar el puesto del corrupto con la puerta giratoria, puede
hundir aun mas a la mayoria. La construccion de hospitales para despues tenerlos cerrados es otro ejemplo. La promesa de resolver el paro cuando los gobiernos actualmente no tienen ni herramientas tan potentes mas que la inversion publica, ni la voluntad ferrea de combatir el desempleo, es mas demagogia.
Los gobernantes de toda indole suelen calificar de demagogico los discursos de los opositores, para preservar su poder. Ellos suelen ser expertos en la materia, despues de tantos años ejerciendo.
Y la wikiedia dice que Demagogia (del griego δῆμος -dēmosseguir el poder político. Consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica y la propaganda.
En la historia de las doctrinas políticas se considera que fue Aristóteles quien individualizó y definió por primera vez la demagogia o democracia, definiéndola como la “forma corrupta o degenerada de la República” que lleva a la institución de un gobierno tiránico de las clases inferiores o, más a menudo, de muchos o de unos que gobiernan en nombre del pueblo.».1
Aristóteles sostenía que cuando en los gobiernos populares la ley es subordinada al capricho de los muchos, definidos por él como los «pobres», surgen los demagogos que halagan a los ciudadanos, dan máxima importancia a sus sentimientos y orientan la acción política en función de los mismos. Aristóteles define por lo tanto, al demagogo como “adulador del pueblo”.
La demagogia o democracia, según Platón y Aristóteles, puede producir (como crisis extrema de la República), la instauración de un régimen autoritario oligárquico o tiránico, que más frecuentemente nace de la práctica demagógica que ha eliminado así a toda oposición. En estas condiciones, los demagogos, arrogándose el derecho de interpretar los intereses de las masas como intérpretes de toda la nación, confiscan todo el poder y la representación del pueblo e instauran una tiranía o dictadura personal. En sentido contrario y paradójicamente, muy habitualmente, las dictaduras se han instalado sosteniendo que lo hacían para terminar con la demagogia.
Aristóteles escribe que cuando un gobierno persigue el interés general de su población es virtuoso pero si persigue el de un solo individuo o unos cuantos se desvirtúa. Aristóteles define a la demagogia como la corrupción de la república. En este sentido una República debe velar por el interés de todos incluyendo pobres y ricos, por lo que la demagogia como el predominio del interés de los pobres con exclusión de los ricos constituye una aberración.2
Aristóteles se oponía a la República como forma de gobierno ideal, ya que consideraba como la tendencia inevitable a que el pueblo llano caiga en la demagogia como poder. Polibio denominó esta desvirtuación como ὀχλοκρατία [o.xlo.kra’ti.a], término que se mantiene hasta hoy en el español como oclocracia.
De esta forma también se considera como demagogia esa oratoria que permite atraer hacia los intereses propios las decisiones de los demás utilizando falacias o argumentos aparentemente válidos que, sin embargo, tras un análisis de las circunstancias, pueden resultar inválidos o simplistas.
La demagogia es frecuentemente asociada con el favorecimiento y la estimulación de las ambiciones y sentimientos de la población, tal como se presentan espontáneamente. Las promesas que suelen realizar los políticos durante las campañas electorales son habitualmente criticadas como demagógicas cuando aparecen como irrealizables. Las Repúblicas liberales modernas han sido reiteradamente cuestionadas atribuyéndoles la condición de sistemas demagógicos debido a la utilización intensiva de técnicas publicitarias características del marketing, a la personalización de las candidaturas, la manipulación de los medios de comunicación de masas postergando el análisis político escrito, y el recurso sistemático a polarizaciones absolutas (bien-mal, desarrollo-atraso, honestidad-corrupción), o conceptos imprecisos («el cambio», «la alegría», «la seguridad», «la justicia», «la paz»).
Es habitual que las dictaduras recurran a la consideración de las Repúblicas derrocadas como demagogias para justificar los golpes de estado y la imposición de sistemas no democráticos.
Quienes cometen actos de demagogia son denominados demagogos. Para ello suelen contar con equipos de profesionales que aprovechan particulares situaciones histórico-políticas excepcionales, dirigiéndolas para fines propios, para ganar el apoyo de la población, mediante mecanismos publicitarios, dramáticos y psicológicos.
La demagogia puede ser utilizada también para enfrentar poderes legítimamente constituidos, haciendo valer sus propias demandas inmediatas e incontroladas. En este caso el historiador griego Polibio hablaba más propiamente de oclocracia (gobierno de la muchedumbre) como desvirtuación de la democracia (gobierno del pueblo). En este sentido, pensadores como Michael Hardt o Antonio Negri consideran que el gobierno del pueblo es el único sistema democrático real, y cuestionan como demagógicas a las Repúblicas occidentales modernas basadas en la utilización intensiva de los medios de comunicación de masas y la realización de elecciones fuertemente influidas por la demagogia, la falta de educación y la mercadotecnia.3
El demagogo no necesariamente conduce a las masas a la revolución sino que las instrumentaliza para sus propios fines personales, para proceder, una vez obtenida una amplia aprobación, no ya a un proceso de democratización o de trasformación del sistema sociopolítico, sino a la instauración de un régimen autoritario, del que el demagogo sea el indiscutido y despótico jefe, o al acuerdo con las autoridades y las instituciones existentes con tal que éstas le reconozcan una función indiscutible. De esta manera los mecanismos represivos acentúan, en lugar de disminuir, las características autoritarias del gobierno y de la sociedad, e impiden la toma de conciencia por parte de las masas.
Formas de demagogia
Falacias:
Argumentos que equivocan las relaciones lógicas entre elementos, o bien adoptan premisas evidentemente inaceptables. Para mayores detalles, ver falacia. Entre ellas se encuentran la falacia de causa falsa, el argumento circular, el argumento ad verecundiam, el argumento ad hominem, y la apelación a una autoridad irrelevante para el caso citado.
Manipulación del significado:
Las palabras, además de un sentido denotativo, tienen un sentido connotativo implícito, aportado por el contexto y conocimientos compartidos de los interlocutores, que añade ideas y opiniones, muchas veces de forma menos consciente que en su sentido denotativo. En la elección de las palabras, un discurso denotativamente neutro, puede connotar (ver connotación) significados adicionales, dependientes de su contexto y su relación con la opinión de la audiencia, o los oyentes del discurso (ver interpretación, pragmática, significado.) De esta manera, los contenidos implicados son difíciles de refutar.
Omisiones:
Se presenta información incompleta, excluyendo posibles problemas, objeciones, dificultades, lo que resulta en la presentación de una realidad falseada, sin incurrir directamente en la mentira.
Redefinición del lenguaje:
Mediante la eliminación progresiva o eliminación de las palabras que menoscaban su posición, intentar modificar o hacer desaparecer la forma de pensar que se opone a sus argumentos. Numerosos ejemplos de esto pueden verse en la literatura (la novela 1984 de George Orwell; El Cuento de la Criada de Margaret Atwood), pero también en la realidad y particularmente en la política.
Tácticas de despiste:
Consiste en desviar la discusión desde un punto delicado para el demagogo hacia algún tema que domine o donde presente alguna ventaja con respecto a su oponente o contrincante. No se responde directamente a las preguntas ni a los desafíos.
Estadística fuera de contexto:
Consiste en utilizar datos numéricos para apoyar una hipótesis o afirmación, pero que estando fuera de contexto no reflejan la realidad. Aquí también se cuenta el uso tendencioso de estadísticas, también conocido como demagogia numérica.
Demonización:
Esta aproximación consiste en asociar una idea o grupo de personas con valores negativos, hasta que esa idea o grupo de personas sean vistos negativamente.
Falso dilema:
También conocida como falsa dicotomía, hace referencia a una situación donde dos puntos de vista alternativos son presentados como las únicas opciones posibles. Como ejemplo tenemos el típico: «Estás conmigo o estás contra mí». Supone una definición simplista de la realidad y de esa forma se consigue evitar la toma en consideración de las demás posibilidades.
Vayamos a las definiciones. Definición de demagogia:
Lo primero que vamos a hacer es dejar patente el origen etimológico de la palabra demagogia que ahora nos ocupa. Al hacerlo descubriremos que emana del griego, porque se encuentra conformada por dos vocablos de dicha lengua: “demos”, que puede traducirse como “pueblo”, y “ago”, que es un verbo que ejerce como sinónimo de “conducir”. De ahí, que nuestro término pueda definirse tal cual como “guiar al pueblo”.
La demagogia es una práctica política que apela a los sentimientos y las emociones de la población para ganarse su apoyo. A través de la retórica, el demagogo busca incentivar las pasiones, los deseos o los miedos de la gente para conseguir el favor popular.
DemagogiaPor ejemplo: “Este país ya ha sufrido muchos años de demagogia”, “Le diría al señor gobernador que deje la demagogia de lado y empiece a resolver los problemas de la gente”, “Si quieres conseguir un favor de jefe, tienes que entregarte a la demagogia y halagar todas sus decisiones”.
La primera figura histórica que se considera que empleó el término demagogia, no fue otra que el gran filósofo Aristóteles. En concreto, él utilizó aquel vocablo para referirse a la forma llena de corrupción que había llevado a establecer la República. Y es que él tenía claro que, en absoluto, estaba de acuerdo con ella como forma de gobierno pues consideraba que los gobernantes al final caían en abusos de poder sobre el pueblo.
Muchos analistas consideran que la demagogia es una degeneración de la democracia. Ciertos gobernantes que acceden al poder a través de elecciones libres (y que, por lo tanto, fueron elegidos por la mayoría de la población) lo hacen a través de concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los votantes.
En ese sentido, el candidato demagogo no se impone por su programa político o por sus propuestas, sino que es elegido por lograr incentivar algún tipo de sentimiento en las personas. Esta elección, por lo tanto, no es racional.
En última instancia, la demagogia permite atraer las decisiones de los demás hacia los intereses propios a partir de la utilización de falacias o mentiras. La manipulación de la información, los datos fuera de contexto y las falsas dicotomías también forman parte de la demagogia.
No menos importante es subrayar que existen diversos tipos de demagogia. Así, esta se puede llevar a cabo no sólo a través de la manipulación del sentido que se le dé a una manifestación sino también mediante las falacias o las omisiones.
Asimismo, también dentro de esa lista interminable de clases de demagogia estarían el falso dilema, el despiste, la demonización o el uso intencionado de una serie de datos que vienen a avalar lo que se está exponiendo pero que están fuera de contexto y, por tanto, no muestran la realidad tal y como es.
Es importante establecer que en un lenguaje cotidiano es frecuente confundir demagogia con populismo.
Cabe destacar que la demagogia no sólo aparece en la política. Cuando un artista extranjero llega a un país y afirma que los espectadores locales constituyen el mejor público del mundo, está cayendo en la demagogia.