No hay día en que desde los medios no critiquemos la incompetencia de quienes nos han llevado a la crisis. Denunciamos las responsabilidades de políticos, banqueros y reguladores. Exigimos dimisiones y rectificaciones. Lo que no hacemos es admitir que durante años tampoco nosotros cumplimos con nuestro deber, que miramos a otro lado cuando nos convenía, a menudo renunciando a nuestra independencia por interés, militancia o ineptitud. Y que contribuimos, también, al desmoronamiento moral y económico del país.
Televisiones, radios y periódicos ganaron mucho dinero gracias a los anuncios inmobiliarios y la publicidad institucional de gobiernos caciques durante los años del boom. No existía motivación para indagar sus abusos. Los bancos financiaban los planes de expansión de la prensa y aportaban grandes ingresos con sus anuncios de (falsos) sueños a plazos. No hicimos a sus directivos las preguntas necesarias. No cuestionamos la relación incestuosa que se había creado entre políticos, banqueros y promotores.
Toda esa dejadez se fue acumulando mientras nuestro periodismo se hacía más militante, con cada grupo de comunicación poniendo su esfuerzo en investigar al partido, gobierno o institución que no era de su cuerda, ignorando que era la democracia la que se estaba pudriendo. En lugar de cumplir nuestra función como guardianes del sistema, terminamos convirtiéndonos en parte del mismo. Los silencios se fueron acumulando en las redacciones.
La crisis se presenta como una gran oportunidad para recuperar la confianza perdida en quienes nos dedicamos al periodismo. Cuando han fallado todas las instituciones, desde la monarquía a los partidos políticos, desde la judicatura a los sindicatos, en tiempos donde la independencia de criterio es avasallada por el sectarismo y la impunidad se impone a la responsabilidad, la prensa solo tiene sentido si está inequívocamente del lado del público. Sin amiguismos, agendas políticas ni intereses. @DavidJimenezTW