Para los que creemos que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, Singapur plantea un problema. He aquí una nación gobernada por un solo partido desde su fundación en 1963, con una prensa dócil y un autoritario liderazgo dinástico. Y que, sin embargo, ha pasado de insignificante aldea de pescadores a superar a las democracias occidentales en casi todos los índices de desarrollo. Es, a ojos de muchos tiranos, la dictadura perfecta, un lugar que obliga a preguntarse si no estaríamos dispuestos nosotros también a sacrificar nuestras libertades por la eficacia de un sistema que ha logrado los mejores estudiantes, el Gobierno menos corrupto, las calles con menos crimen, una de las más eficientes economías…

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