Había ido a Málaga a dar una conferencia sobre periodismo y hablar de mi último libro. Qué quieran que les diga: un poco importante me sentía, aunque ni el libro era bueno ni yo tenía tanto que decir. Después de la charla con los estudiantes, Agustín Rivera me llevó a comer y me sentó junto a Manuel Alcántara, al que no conocía. Hablamos de esto y aquello, política y boxeo, periodismo y literatura, lo viejo y lo nuevo. Y según le iba escuchando, me sentía empequeñecer hasta que en un momento creí haber desaparecido de la mesa. Quise tomar notas, como el becario recién llegado. Dejé el vino a un lado, para evitar distracciones. Pensé que si pudiera volver unas horas atrás en el tiempo, ponerme de nuevo frente a los estudiantes con los que había estado esa mañana, habría cambiado mis palabras por las suyas. Había ido a Málaga a dar una lección de periodismo y en su lugar la había recibido.
Me llevé varios libros de don Manuel y al llegar a casa leí sus  antiguas columnas como el estudiante aplicado que nunca fui. Me ocurrió como con los escritores geniales, que te gustan y a la vez te cabrean, porque te recuerdan en cada página que nunca podrás escribir como ellos. Ya sé que no está bien, pero encontré consuelo al pensar que tampoco los demás escribirán ya como Manuel Alcántara. La ciencia no parece más cerca de clonar la sabiduría y la columna española agoniza entre la monotonía ideológica y el sectarismo, fangos en los que se entra creyendo que se puede salir más tarde. Pero no.
No ha sido posible leer al maestro durante algún tiempo porque la salud le está jugando malas pasadas. Pero el otro día regresó al folio para contarnos que se le acaba el tiempo -“me dispongo a jugar la prórroga”- y que a sus 84 siente una extraña piedad hacia el que era, aunque no tanta como para echarse de menos. La realidad es que bastó volver a leerle para comprobar que sigue siendo el de siempre, capaz de desenmarañar la vida, la política o al personaje en menos de un folio y con el espacio que le sobra regalarte la mejor descripción de una mañana soleada de Málaga: “Hace un día como para tener novia formal”.