Llegamos décadas tarde. Tarde para volver a subirnos los pantalones ante las dictaduras islámicas que han promocionado y financiado el terrorismo. Tarde para dejar de hacerles la ola a los príncipes saudís cuando vienen a gastarse el dinero a Marbella. Tarde para hacer entender a los sátrapas de Oriente Medio que no aceptamos su intolerancia y fundamentalismo. Que no queremos nada con quienes reprimen a las mujeres, fomentan el odio e imponen el totalitarismo religioso.  

Las escuelas coránicas más radicales que visité como corresponsal, desde Pakistán a Indonesia, estaban financiadas por Arabia Saudí. El mismo país que regalaba Ferraris a nuestro Rey emérito. El mismo con el que Estados Unidos acaba de firmar el mayor contrato de venta de armamento de su historia: 110.000 millones de dólares para modernizar su Ejército. El mismo de donde procedían 15 de los 19 atacantes del 11-S.

Hay que ponerse duros y vetar a los inmigrantes musulmanes, dicen los hipócritas que durante décadas han puesto la alfombra roja a príncipes corruptos, armado sus gobiernos y vendido sus principios por petróleo y contratos. Ya es tarde: les hemos demostrado que Occidente tiene un precio y que tampoco salimos caros. Tarde para hacerles entender que nuestra decencia está por encima de su dinero. No lo está.