Filipinas tiene como presidente a un presunto asesino en serie. El Comandante en Jefe en Estados Unidos es un acosador sexual, megalómano y farsante que declaró la bancarrota de sus negocios en seis ocasiones. Su mejor amigo en la comunidad internacional llegó al poder en Rusia tras aniquilar Chechenia y desde entonces sus oponentes tienen la mala fortuna de morirse en extraños accidentes, especialmente el de golpearse la nuca con una bala. Y ahí siguen nuestros clásicos, desde el gran purgador turco al insuperable tirano de Corea del Norte, cuya última gamberrada ha sido ordenar el asesinato de su hermano.

Da igual hacia dónde mires, la política es cada vez más cosa de tiranos, iluminados y frikies.

El presidente de Venezuela asegura que de vez en cuando se le aparece un pajarito parlanchín -«me dijo que el comandante (Chávez) estaba feliz y lleno de amor de la lealtad de su pueblo»-, encarcela oponentes y arruina el país, todo en chándal. Los surcoreanos descubrieron que su país no lo gobernaba su presidenta, sino una amiga de la infancia y gurú espiritual. En Europa, la de la Ilustración y la Unión, una nueva generación de fascistas gana terreno y los populismos se apuntan su primera hazaña con el Brexit.   

Hay días en que uno mira a su alrededor y (casi) da gracias de tener un presidente que encubre la corrupción, muestra nulo respeto por la prensa, convierte las instituciones en agencias de colocación de amigos, te fríe a impuestos para mantener el tinglado intacto y envía mensajes de apoyo a tesoreros de su partido con fortunas en Suiza. Hay días en que uno (casi) piensa que los españoles son más listos que el resto y saben lo que votan. Hay días en los que (casi) te preguntas si no terminaremos mirando atrás y echando de menos el liderazgo aborregado que tenemos ahora.

Tan susceptible es todo de empeorar.