En el apogeo de la España incompetente, cuando el Gobierno de Rodríguez Zapatero vaticinaba allá por 2010 el final de una crisis que sigue con nosotros, Leire Pajín definió la meritocracia española con aquella frase en la que dijo que como ministra nombraba a quién le salía «de los cojones». En su caso se trataba de promocionar a una amiga para dirigir el Plan Nacional sobre Drogas, pero podría haberla puesto al frente de una misión a Marte y tampoco se habría sentido obligada a explicar las aptitudes de su candidata.

De las muchas indignidades que viene padeciendo el contribuyente español, quizá ninguna sea más irritante que la de ver cómo sus impuestos sostienen una gigantesca agencia de colocación que permite a miles de políticos mamar del sistema. La mayoría no están preparados para ocupar sus cargos, ni falta que hace: en la meritocracia menguante que es España exigimos inglés al camarero de la Costa del Sol, pero no al presidente del país que debe representarnos por el mundo; comprensión lectora a un auxiliar de enfermería pero no al concejal de cultura; experiencia en gestión al corredor de seguros y no a la alcaldesa de una ciudad de cinco millones de habitantes.

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