Me llegó un enlace del vídeo del piloto jordano quemado vivo por el Estado Islámico. Horas antes había ofrecido en Twitter una opinión contraria a que los medios lo emitieran al considerar que no era información, sino propaganda terrorista. Ahora, sin haberlo buscado, me encontraba a un clic de caer en la incoherencia. Si el vídeo no aportaba nada informativamente, ¿por qué verlo? Le pedía a los medios que no cayeran en el morbo, pero me disponía a consumirlo.

Las imágenes me indispusieron físicamente, una mezcla de náuseas, indignación y profunda tristeza. Y, sin embargo, no podía apartar los ojos de Muaz al Kasasbeh mientras ardía en su jaula, rodeado de terroristas que no parecían inmutarse. Me pregunté si entre sus verdugos no habría uno, al menos uno, que sintiera lo mismo que yo y estuviera conteniendo el vómito bajo su pasamontañas, temeroso de que su atisbo de humanidad fuera descubierto.

Por supuesto no conocía al piloto jordano, y nada tenía que ver con su muerte, pero sentí que de alguna forma le había traicionado. Había hecho lo que los terroristas querían -ver el vídeo de su ejecución-, ignorando lo que sin duda habrían preferido él y su familia. Mi incoherencia reforzó mi opinión de que los medios no deben emitir la pornografía terrorista del EI. Por respeto a sus víctimas. Por la pequeña victoria que supone negar nuestra atención a su propaganda. Y por esa romántica visión de que el periodismo no consiste solo en ofrecer a la audiencia lo que que desea, sino lo que responsablemente debe conocer. Informando de todo lo relevante, sí. Pero despojado del morbo.

PantallaOscura