Adelgazan los televisores, los ordenadores y los teléfonos, para que los pierdas y tengas que comprarte otro, más delgado aún. Adelgazan las modelos, los futbolistas y las princesas, que solían ser rollizas y ahora, cuando salen en el telediario, las confundes con los refugiados a los que han ido a mostrar su solidaridad (mientras dura el telediario). Adelgazan el buen cine, los libros y los periódicos, cada vez con menos páginas y cosas más livianas que contar. 

Sabes que has llegado a la madurez cuando todo adelgaza a tu alrededor, menos tú. Umbral decía que las mujeres, cuando llegan a una edad distinguida, no se fían de los hombres delgados. Lo que no dijo es que a la mayoría les atraen los hombres de los que no se fían.

En mi primer viaje a Bután, ese encantador reino del Himalaya que va perdiendo encanto con la llegada del turismo, me sorprendió que los hombres se pelearan por las mujeres más corpulentas: simbolizaban salud, capacidad de trabajo y una descendencia fuerte. Pero desde que llegó la televisión, y empezaron a emitir los pases de lencería de Victoria’s Secret, también allí las prefieren delgadas. Como nosotros, han terminado por admirar todo lo que adelgaza, siempre que no sea una cuenta bancaria. Adelgazan los principios, las ideas y lo importante, tanto que ya nos va pareciendo más fácil cargar con este mundo en el que siempre engordan los mismos.

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