En el hotel Commodore había un loro, Coco, que durante la guerra de Beirut imitaba el sonido de los obuses al caer. El Europa de Belfast tuvo a su gran personaje en Harper Brown, que lo dirigió en una época en la que fue atacado con explosivos 28 veces. Los corresponsales del Holiday Inn de Sarajevo disfrutaban de vistas inmejorables de la Avenida de los Francotiradores, donde los civiles iban a comprar el pan y terminaban en el cementerio.

Es difícil definir cuándo un establecimiento alcanza el título mítico de hotel de guerra. ¿Cuántos huéspedes tienen que haber sido despertados bajo las bombas? ¿Cuántos periodistas haber contado sus batallas en la barra del bar? Los mejores tienen la capacidad de transformarse en oasis en medio del caos. Entras en su puerta giratoria y ¡magia!: el sonido del pianista reemplaza el estruendo de la artillería, la brisa de la terraza al polvo del frente y las charlas superficiales a los partes militares. Si además logran sobrevivir al conflicto, tienen garantizado un lugar en la historia de la ciudad asediada. 

Pocos pueden competir en méritos con el Continental de Saigón. Construido en 1880, el hotel vivió la etapa colonial francesa, la Primera Guerra de Indochina, la partición del país, la guerra de Vietnam y la caída de Saigón, manteniendo abiertas sus puertas a reporteros, diplomáticos, viajeros y todo aquel que pudiera permitirse el precio de una habitación. Graham Greene decidió contribuir a su aura inmortal incluyéndolo, aunque no lo necesitaba, entre los escenarios de El americano tranquilo (1955).

La habitación más demandada del hotel es desde entonces la 214, donde supuestamente se alojó el escritor estadounidense para terminar el libro. La realidad es que, aunque los protagonistas de la novela se conocen en el Continental, Greene siempre prefirió hospedarse en el Majestic por razones que siguen vigentes: el Continental mantiene el ambiente colonial de siempre, a pesar de repetidas renovaciones, pero nunca podrá competir con el bar situado en la azotea del Majestic. Si quieres huir de la guerra de entonces o el tráfico de ahora, es el sitio.

-No podía creer que fueran las siete y la hora del cóctel en la terraza del Majestic, con la brisa procedente del río Saigón –dice Thomas Fowler, el reportero de El americano tranquilo.

AmericanoTranquiloEl clásico de Greene está ambientado en los últimos días de colonialismo francés en Vietnam, quizá el país menos conquistable del mundo, como comprobaron también chinos, mongoles y americanos. Tras su encuentro en el Continental, el agente de la CIA Alden Pyle y el veterano  periodista Thomas Fowler sentarán las bases de una amistad imposible. Sus visiones sobre el mundo y la intervención extranjera son opuestas y, para una cosa en la que coinciden, resulta ser la mujer que les atrae. Ambos desean a Phuong, una joven bailarina que prepara magníficas pipas de opio, no tiene vello y no “sabe que la Estatua de la Libertad está en Nueva York”.

Espionaje, guerra y triángulo amoroso: a nadie puede extrañar que el libro haya sido llevado al cine dos veces (1958 y 2002). El autor británico se inspiró en su experiencia como corresponsal en Indochina, donde trabajó para The Times y Le Figaro a principios de los años 50. Greene conocía bien el país y eso le permitió malgastar toda su imaginación en la trama, rodeándola de lugares reales que todavía permanecen en pie, más o menos desfigurados por el paso del tiempo.

La terraza del Majestic sigue siendo el sitio perfecto para aislarse del caos, martini en mano, mientras se admiran en la distancia los contrastes del Vietnam de la posguerra. Los edificios coloniales y nuevos apartamentos, los puestos de comida callejera y restaurantes de comida rápida, los campesinos en bicicleta y funcionarios corruptos en BMW, todo mezclado en un desorden que cuando llevas unos días en la ciudad empieza a parecerte muy ordenado.

Quizá nada refleja mejor los cambios en esta urbe que los comunistas rebautizaron como Ciudad Ho Chi Minh que el parte de bajas. No de la guerra, sino de los accidentes de tráfico que diezman a la población -entre cuatro y seis motoristas muertos al día-, y hacen que parezca más difícil cruzar sus calles que el campo de batalla de la ofensiva de Tet, aquella en la que los americanos se dieron cuenta de no ganarían. Nunca.

El americano tranquilo se ha convertido por derecho propio en una parte importante del turismo de guerra local, explotado hasta la fatiga por el régimen comunista y avispados comerciantes callejeros. Ejemplares fotocopiados del libro se venden en la antigua rue Catinat, hoy Dong Khoi, junto a los mecheros que supuestamente se dejaron olvidados los marines americanos, las gorras del Viet Cong y las medallas rayadas contra la pared para darles un toque de autenticidad.

Casi es posible coger el libro de Greene y utilizarlo como pretérita guía de viaje. Ahí siguen el edificio del antiguo Banque indo Chine, la catedral o la oficina de correos, mencionadas en el libro. Todo ha sido, poco a poco, arrinconado por los centros comerciales, las tiendas de lujo, los puentes elevados y las motocicletas. La casa de las 500 chicas, que concentraba la vida decadente de la época con sus salas de juego, fumadores de opio y prostitutas de las que nadie esperara que supieran dónde estaba la Estatua de la Libertad, acoge ahora negocios de buena reputación, probablemente menos prósperos.

En mitad de la vorágine, uno anhela un buen hotel de guerra donde ponerse a salvo. El Continental o el Majestic, da lo mismo. Lo importante es que nada más llegar al vestíbulo, se apaga el ruido de las motocicletas, el aire acondicionado convierte el calor tropical en brisa de otoño y un Martini te quita el sabor a polución, mientras te imaginas sentado junto a Thomas Fowler en la última escena de El americano tranquilo:

-Pensé en el primer día y en Pyle sentado a mi lado en el Continental (…). Todo me había ido bien desde que había muerto, pero cómo deseaba que existiera alguien a quien pudiera decirle que lo sentía”.

***Artículo publicado en El Mundo (Suplemento UVE) dentro de la serie Destinos literarios de Asia.