Deepak en su casa de Indore, en la India. Uno de los miles de pobres, niños y analfabetos que están siendo reclutados para ensayos clínicos por las grandes farmacéuticas. FOTO DAVID JIMENEZ

Deepak en su casa de Indore, en la India. Uno de los miles de pobres, niños y analfabetos que están siendo reclutados para ensayos clínicos por las grandes farmacéuticas. FOTO DAVID JIMENEZ

 

David Jiménez (Indore, India)

No hay nada palaciego en las condiciones del hospital Maharaja Yashwantrao, nombrado en honor del maharajá que gobernó la ciudad india de Indore a principios del siglo XIX. Pacientes y cucarachas comparten pasillos. Las paredes, enmohecidas y desconchadas, no han sido pintadas desde la inauguración del centro hace seis décadas. La suciedad se amontona en salas donde parte del equipamiento médico ha dejado de funcionar y campesinos llegados a pie desde aldeas lejanas esperan días a ser atendidos.

Pero Chandrakala Bai recibió un trato especial.

La mujer, perteneciente a la casta de los dalits o intocables, ingresó con dolores de pecho en 2009, fue conducida a una “zona especial” e informada de que era su día de suerte. El hospital contaba con un nuevo fármaco extremadamente caro que podía ser suministrado a personas que vivían por debajo del umbral de la pobreza. Solo tenía que poner una cruz en un papel. Un mes después de empezar a tomar la medicina experimental contra la arritmia cardiaca, desarrollada por la multinacional estadounidense Biogen Idec, Chandrakala Bai murió de un ataque al corazón a los 45 años. “Mi madre no sabía leer ni escribir”, dice Anil Sodey, uno de sus cuatro hijos. “Murió sin saber que estaba siendo parte de un experimento”.

Miles de indígenas, miembros de las castas más bajas, analfabetos, menores e incluso discapacitados están siendo reclutados en hospitales de la India y sometidos a pruebas clínicas encargadas por las mayores multinacionales farmacéuticas del mundo. Las empresas encuentran en el país costes que reducen la inversión en un ensayo clínico a la mitad, regulaciones que rara vez se cumplen y un número interminable de potenciales pacientes que incluyen 40 millones de asmáticos, 34 millones de diabéticos y tres millones de enfermos de cáncer, la mayoría sin seguros médicos y dependientes del arcaico sistema público de salud.

El doctor Anand Rai trabajaba en el hospital Maharaja Yashwantrao cuando hace seis años empezó a advertir que algunos pacientes eran desviados a consultas alternativas, sometidos a tratamientos experimentales y desahuciados una vez habían dejado de ser útiles. “Cogen a los más desfavorecidos”, dice Anand mostrando formularios de consentimiento firmados con huellas dactilares por campesinos que no podían escribir su nombre.  La mayoría de los pacientes desconocían que estaban siendo reclutados para ensayos, qué medicina estaban tomando o cuáles eran los riesgos.

La vivienda del doctor Anand, un oftalmólogo de 36 años, está hoy tomada por pilas de fotografías, testimonios e informes médicos de víctimas: padres que perdieron a sus bebés en experimentos con vacunas, pacientes que sufrieron parálisis o “voluntarios” como Deepak Yadav, un niño de seis años enrolado en una de las pruebas (en la imagen). Tiene seis años y nació con discapacidades mentales y físicas que le impiden comunicarse o moverse por sí mismo.

*Adelanto del reportaje que publico hoy en el suplemento Crónica de El Mundo. Se puede leer completo a través de Orbyt o en mis páginas de Facebook y Twitter.