La ministra de Sanidad Ana Mato no sabe quién pagó su viaje a Disney, el ex presidente José María Aznar las clases de golf en el Club de Campo, el presidente de la comunidad de Valencia los 20.000€ que costaba su coach personal, el ex ministro socialista José Blanco las reformas de su casa, Rato sus juergas, la Infanta su millonaria villa de Pedralbes… Tanto desorden en las cuentas domésticas de los políticos, esa obsesión por llevárselo gratis, contrasta con la exigencia de que los demás se aprieten el cinturón. El pensionista sí sabe quién paga ahora las medicinas que antes eran gratis, los padres los libros de texto que estaban subvencionados, los estudiantes unas matrículas universitarias abusivas que dejan a miles de ellos fuera del sistema educativo, los discapacitados esas ayudas que muchos han esperado, literalmente, hasta morirse.

La estafa que vive España ha llegado a un punto de insoportable miseria moral. Los que más hicieron por provocar la crisis son los que mejor parados están saliendo de ella. No sólo se roba, sino que se hace riéndose en la cara del que no lo hace; no sólo se malgasta el dinero público, sino que se hace a la vez que se pide un mayor esfuerzo al contribuyente; no sólo se castiga al débil, sino que se hace mientras se indulta al poderoso. Estos días se habla mucho de la posibilidad de que los dos grandes partidos, socialistas y populares, lleguen a un acuerdo sobre la crisis. En realidad ese acuerdo ya existe: consiste en mantener intacto el chiringuito de las prebendas, los sillones y los favores que tan bien les ha servido.

El otro día leía que España es el país con más bares del mundo, uno por cada centenar de habitantes o así. Uno de esos bares está en el Congreso de los diputados, donde nuestros representantes han pretendido subvencionarse los gin-tonics con dinero público. Nada resume mejor lo que muchos llaman crisis y en realidad es un gran sinpa que permite a la casta política arramplar con la barra y marcharse dejando la cuenta a los demás.

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