Había estado cubriendo el conflicto de Afganistán por la mañana y antes de que acabara el día me encontraba de regreso en Bangkok. Tenía amigos de visita y me esperaban en el bar de moda de la ciudad. Dejé las maletas y fui a su encuentro. De repente me vi rodeado de niños bien bebiendo champaña, bellas modelos oliendo a Chanel y gente bailando al ritmo de un DJ cubano, todo en un decorado minimalista y blanquísimo. Fui a la barra y pedí un vodka doble, pero cuando miré a mi alrededor seguían allí: los talibanes barbudos, las mujeres en sus burkas, los niños desarrapados y los mercados cubiertos por el polvo. Seguí bebiendo hasta que desaparecieron. A la mañana siguiente me despertó el llanto de un niño. Pensé que había amanecido en Afganistán. Era mi hijo.
El viaje de regreso debería durar lo más posible, dándote la oportunidad de prepararte por el camino. Pero hoy todo está conectado y apenas pasan unas horas hasta que llegas a casa. Quizás has estado cubriendo una guerra o un tsunami, tu periódico te dice que puedes volver y te preguntas si no deberías quedarte un poco más, convencido de que debes continuar contando la historia. ¿O es solo una justificación para no enfrentarte a la aprensión que te produce el regreso? Temes que todo, tu casa, tus cosas, tu gente, se te haga extraño. Y durante unos días es así, hasta que algo te devuelve de golpe a la mundanidad de tu existencia. Un amigo llama para preguntar si vienes a ver el partido de fútbol. El vecino te pide consejo sobre el color de su próximo coche. Tu mujer te dice que toca tapizar el sofá.
A menudo pienso en los reporteros que viajan de guerra en guerra sin que nadie les devuelva a la cordura de lo superficial. El conflicto, el desastre o la revuelta terminan convirtiéndose en su cotidianidad. Alguien dijo que es imposible llevar mucho tiempo en el oficio sin volverse cínico o loco. Uno se ha quedado en lo primero, quizá porque no cubrió suficientes conflictos o porque tuvo la suerte de que el llanto de un bebé le sacó de ellos, pero no puede evitar admirar a los segundos. A los que siempre van. A los que nunca vuelven. @DavidJimenezTW
Los periodistas de verdad teneis que revelaros ante la vergüenza que se está cometiendo:
Telemadrid echa a Joaquín (por Pedro Simon, El Mundo, 15 enero)
En la cadena engordan directivos que ganan más del doble que el presidente del Gobierno (sic); hay un baranda puesto a dedo por 70.000 euros al año que además se embolsa otros 1.500 lereles de pienso al mes como concejal del PP por una hora, una, de trabajo (sic); entre 2003 y 2011 se duplicó el número de ejecutivos (sic) a los que el periodismo se la traía floja (sic); de los 1.170 miembros que había en la plantilla de Telemadrid sólo se quedarán 309. La mayoría (sé de excepciones) da la mano blanda, tiene un decantado perfil ideológico, es muy bienmandada y duerme de cojones.
Todos ellos seguirán.
Mi amigo Joaquín no.
(…)
Joaquín se apellida normalito y sólo tiene carné del Mercadona y de la FNAC. Gana/ganaba unos 1.400 euros mensuales y con eso era el tipo más rico del mundo. Porque el visor de su cámara era un faro y un desfibrilador. Pulsaba un botón y veía un tesoro.
Le dio al ‘rec’ cuando el 11-M. Hizo guardias de horas a cero grados para grabar lo que nadie grabó. Los días pares ponía el foco sobre la sombras y los impares nos encendía la luz. Quizás usted salió en el plano allí al fondo. Como una luciérnaga silente, anónima y urbana. Si somos inmortales es por Joaquín y su fijación por las esquinas.
Gracias a gente como él hemos visto más. Y más nítido. Cuando tenía el hombro des trozado también grababa. Y con 38 de fiebre. Y cuando la ansiedad lo tuvo con los cordones desatados y el piloto rojo encendido.
-¿Cómo lo llevas?
-Ahora dicen que sobramos, no me jodas. Ahora.
Un trabajador de Telemadrid abandona la sede tras el encierro de protesta. | A. Lolli
De los 1.170 miembros de la plantilla, decíamos, 861 ya estén en la puta calle. No es uno partidario de televisiones autonómicas que son usadas como un No-Do del político de marras (me recuerdan la imagen de aquel harén-jacuzzi donde Jesús Gil comparecía en directo rodeado de mamachichos). Pero hay algo en el ERE de Telemadrid de grosera instrumentalización, la imagen de una bayeta exprimida arrojada a la basura después de haber sido utilizada para frotar y frotar hasta convertir la calabaza en carroza, al político caníbal en un refinado gastrónomo.
Hay excepciones, ya lo dije antes, pero se quedan los mamones y los paniaguados. Los que siempre dijeron sí y los atletas de la genuflexión. Lo dice Twitter, que sabe más que uno: «Se quedan las ratas mercenarias que hablan de derecho al trabajo cuando hay huelgas y callan cuando despiden a 861 compañeros». No se queda Joaquín.
Hablé con Joaquín el sábado recién recibido el burofax del despido, recién salidos del encierro, y no paraba de llorar. Entendí «tío». Entendí «toda la puta vida aquí». Entendí «las niñas». Se tiró un minuto llorando y luego colgó, con lo que no puedo decirles nada porque nada dijo. Fundido en negro.
Uno, como Trueba, se ha acostumbrado a la pantalla en off de estos días pasados en Telemadrid. Sin ti, socio. Sin Jorge. Sin María. Sin tantos y tantos otros, va a ser mi relación definitiva con la cadena. El apagón.
No le des más vueltas. Estoy releyendo a Pierre Bourdieu, Joaquín. Él decía que la información es demasiado importante como para dejarla en manos de los periodistas.
Es eso.
Dale un abrazo a la gente, tú ya sabes.
Te reconozco, y me gusta
Amen.
Un abrazo David.
Debe ser tremendamente difícil adaptarse a realidades tan diferentes. Y que lo que está mal se siga viendo así toda la vida.
Los humanos somos unos raros.
Unos pocos dominan a millones.
Saludos.
Yo suelo reflexionar sobre los que vais y contáis. En este mundo globalizado, cauterizados como estamos ante los hechos (que no suponen novedad ante las muy realistas miles de escenas ya vistas en magníficas películas bélicas 3D), tenéis que optar entre abrir la puerta a la sensiblería o ceñiros al frío y quirúrgico dato. ¿Bajar a lo humano, tomar un personaje y sus cuitas individuales como protagonista, es periodismo o es literatura? Si lo hago, ¿estoy siendo menos periodista o estoy usando las herramientas necesarias para interesar al lector de hoy en día? Y si no lo hago ¿cómo consigo que el lector entienda y sienta lo que aquí ocurre? Y si persigo ese objetivo ¿es que quiero vender periódicos por mi propio sustento? Y si es eso, ¿es legítimo cebar el interés así para mantener vivo este negocio? ¿Estoy cambiando la mirada de ese niño por el dinero para la compra que alimenta al mío?
…
Abrazo, David
[…] Los que nunca vuelven. […]
Es increible lo diferente que son las cosas a tan solo unos miles de km de aquí,la vida está muy mal repartida y cuando pasas mucho tiempo en un ambiente como ese es cuando te das cuenta de como está el Mundo
Las esposas sabemos de la tortura de los regresos a la batalla diaria y cotidiana del día a día sin reconocimiento alguno en este otro frente y es que sabemos de lo necesario que es vuestro trabajo en tierras inhóspitas y peligrosas pero sabed antes de regresad allí, que nos hacéis falta aquí donde existen otros caciques amenazantes y que es el miedo a que no volváis.
Los que leen las crónicas no son del todo impermeables a lo que se cuenta en ellas. Los horrores vividos, si se cuentan con eficacia, pueden transmitirse, a condición de que tanto el escritor como el lector pongan suficiente interés. No sólo los horrores más espantosos, sino también los horrorcillos cotidianos. No necesitamos haber estado en el Gulag o en Bergen-Belsen en los años 40 para entenderlo y, con suficiente interés, sentirlo.
Pero hasta las víctimas del horror se toman de vez en cuando algún descanso…
Continuar viviendo con la normalidad de lo cotidiano debe de ser, para los que palpáis a menudo la parte oscura del mundo, cuestión de vísceras y comprobar «in situ» tanta degeneración y vileza consentida, aún más. Por ello, elevo mi admiración por los que ejercéis el noble oficio del periodismo sin fronteras… Un saludo.