Pasan los años y las flores siguen en el lugar donde perdieron la vida Hugo y Gonzalo. Tenían 20 años cuando se estrellaron en moto un día de julio de 1994. Los dos eran hijos únicos. En una ocasión, hace mucho tiempo, vi a la madre de uno de ellos dejar uno de esos ramos en la cuesta del Sagrado Corazón de Madrid. Yo entonces pasaba todos los días por allí y las flores me sacaban, aunque solo fuera por un instante, de la certeza juvenil de que las cosas malas no le podían pasar a uno. Pensaba en el dolor de los que se quedan. Reducía la velocidad.

Ya no paso por el semáforo de las flores, pero la última vez que lo hice había margaritas frescas junto al poste. Pensé que me gustaría decirle a la madre que las renueva que sus flores me hicieron a mí y a otros como yo más cuidadosos en las noches de aquel Madrid temerario. Que todavía hoy habrá motoristas que al pasar por ese lugar reduzcan la velocidad. Y que gracias a ella, a su empeño en mantener vivo el recuerdo, es probable que otra madre no esté poniendo flores a su hijo.

@DavidJimenezTW