Hla Mgo tiene los dedos más rápidos a este lado de Rangún, capaces de teclear sin faltas cartas de amor adolescente, misivas de marineros desarraigados y certificados de defunción de clientes que nunca vuelven a protestar el servicio. Su oficina ocupa un pedazo de acera junto al puerto: una mesa de madera, una silla y una vieja Olympia que vivió tiempos mejores. “Funciona perfectamente y no le falta una tecla”, dice el mecanógrafo de 59 años acariciando la máquina con la que se gana la vida desde hace cuatro décadas. “Y eso que tiene más años que yo”.

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