Lo que más sorprende de los monjes que estos días se inmolan en las prefecturas autónomas tibetanas en China no es su decisión de morir, sino la determinación de hacerlo lentamente y sufriendo lo más posible. Sorprende menos que lo hagan evitando hacer daño a otros, incluidos los causantes de su desesperación. Los tibetanos llevan seis décadas viviendo bajo esa contradicción: su resistencia no violenta ha sido premiada con el olvido de la prensa, la indiferencia de los gobiernos y la más brutal de las represiones.

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