Carecen de la preparación de los estadounidenses, la cultura de los franceses o la eficacia de los alemanes. Trabajan poco. Ganan mucho, a veces a cambio de un trabajo que se reduce a la asistencia a cócteles. Te los encuentras perezosos, ignorantes, a menudo condescendientes en los países que consideran menos importantes y de una empalagosa docilidad en los supuestamente influyentes. Y aunque los hay buenos, e incluso muy buenos, son tan pocos que es obligado concluir que las excepciones confirman la regla: España tiene una de las peores plantillas de diplomáticos del mundo. Lee el artículo completo en elmundo.es